De sólo pensar que comienzo
a escribir, sobre este reptil, mi cuerpo se pone algo
molesto, sensación de peligro, recuerdos de otro tiempo,
cosas que nos calan quizás para siempre, no porque
me haya mordido un bicho de estos, pero sí la tuve
prendida en la bombacha, ella fue mi salvación.
Hago una pequeña reseña: cuando muchacho maté muchas
víboras, pero un día cuando menos lo imaginé me pegaron
¡harto sustazo! (así dicen los chilenos) quiere decir
un gran susto. Pienso que capté aquella lección, desde
entonces no las maté, ni las mato. Sólo me dedicaba
a jugar con ellas, es decir, me servían para ejercitar
mi vista, mis reacciones y movimientos (vistear o
canchar que se le llama) pero esto también terminó
el día en que una de ellas me saltó, cosa que yo ignoraba.
No todas las víboras, por lo menos las de La Pampa,
que conozco, tienen la habilitad de saltar. Cuán riesgoso
seria uno de estos reptiles agazapado para arrojarse
sorpresivamente sobre sus víctimas. Cómo nos moveríamos
nosotros sabiendo que en el momento menos pensado
este bichito se nos envuelve en el cogote mostrándonos
su horrenda boca que al abrirla le asomen sus dos
colmillos muy bonitos y curiosos, pero también sabemos
que son mortales. No, no temáis ingenuo, la víbora
es uno de esos seres que sólo se estira hasta donde
le da el cuero, como dice el refrán.
Ahora bien: el yarará no admite bromas, es un enemigo
constante de todo cuanto se mueve a su alrededor.
Una precaución muy sabia es aquella que con suave
viento Norte, cuando los pastos se mueven sus puntas
y los yuyitos bailan, ese es el viento de los locos,
por lo tanto del yarará, que en días así ni se mueve
debido a las rabietas que se agarra. Se lo pasa tirando
picotones. Cuando se da este estado de cosas, es generalmente
cuando ocurre con más frecuencia las desgracias personales
tan lamentables.
Creo que por equivocación también se la llama cascabel
quizás por el ruidito que hace con a cola al golpear
en el suelo, pero el pampeano neto a llama yarará.
Tengo entendido que la cascabel es del Norte, Chaco,
Corrientes y más Santiago del Estero, donde según
cuentan los santiagueños, que allí los niños se crían
jugando con cascabeles de cola de víboras, por eso
son tan peliadores y malos todos ellos. ah! y si tiene
sombrero puntudo es más malo el santiagueno.
No creo que la barda sea lugar propicio para estos
reptiles. Yo vi una sola vez algo medio parecido entre
La Horqueta y La Clara en 1927-28. Sostengo que el
yarará está relacionada con la zona de caldenes o
por lo menos ahí vine a conocerlos por los montes
de Conelo año 1943-46. Todo empezó con un montón de
leña cercano a mi toldo, pues trabajaba de hachero,
en noches tormentosas
escuchaba cantar un pajarito, no podía saber qué pájaro
era. Corno es de imaginar, entre semejante bosque
también había distintas clases de animalitos volátiles.
Un santiagueño amigo de quien aprendí muchas cosas
buenas, me dijo una noche: va a llover mucho, muchacho.
Ah si ¿Por qué? cuando canta el yarará ¿cuál? ¿Ese
pajarito que grita?. Sí es, es una víbora, cuando
don Pelicano (un viejo carrero, que se parecía a este
pájaro, estaba cargando la leña, fue a levantar una
astilla bastante grande, alcancé a verla, le avisé
al hombre que la mató a azotes con el látigo desde
arriba de la chata. La verdad que es un animal impresionante.
No debe medir mucho más de 60 centímetros de largo,
su cabeza triangular de mandíbulas abultadas da la
impresión de corno si estuviera injertada en una punta
del cuerpo, además tiene una lista blanquecina a cada
lado de la boca que al mirarla de frente, es decir,
ella siempre te da el frente.
Parece como si le mostrara la dentadura en una mueca
de satánica sonrisa. Ya muy rabiosa lanza una sucesión
de picotones (mordiscos) muy veloces ya todo aquello
que se mueva y su cuerpo se infla, parecido al escuerzo,
pero no para arriba, más vale a lo ancho, al moverse
deja oír un ruido como algo hueco que raspara en el
suelo. Su cola cortita y gruesa termina en punta,
es con ella con la que hace ese ruido tan peculiar
al que tememos tanto, cristiano o animales. No es
un ruido continuo, es algo como si fuese el preaviso
del peligro que se avecina. Parece ser que al percibir
algún ruido fuera de lo habitual hasta me atrevo a
decir, cuando se trata de personas, ya se prepara
para el ataque y ahí en ese ímpetu de rabia se estremece
de modo tal que su furia termina en un temblar de
cola, como si de ese modo descargara en algo su ira.
Aún hoy todavía no he visto huir a uno de estos animales,
ni aún quemándolos, mueren, si, pero tirando picotones.
Sabemos que su mordedura es mortal en 6 horas o antes,
según casos de no mediar intervención médica o algún
otro procedimiento drástico ya sea torniquete o succión.
Yo estoy casi convencido que hay sectores en ciertos
lugares de los campos donde estos reptiles proliferan,
no puede ser rara coincidencia que en lugares determinados
se le aparezca Oria do ellas o se las ve el rastro,
que hasta en eso difiere de sus congéneres. Además
se sabe que donde hay una, se debe andar con gran
precaución porque es seguro que cerca de éste, anda
otra. Eso demuestra su propio medio de comunicación.
También puedo asegurar que entre estos animales, hay
unos más horripilantes que otros, quizás se trate
de la diferencia de sexo como también puede ser uno
mucho más viejo que otro. Parece que la única condición
aceptable que posee, es que no trepa a los árboles.
Pero sí habita en los troncos de los viejos caldenes.
No entiendo la razón por la cual Dios nos ha castigado
con este enemigo siendo que se dice que nos ama tanto.
Cierto es entonces lo de aquel refrán que dice: "hay
amores que matan".
Como en el año 1 947 me encontraba trabajando en Colonia
Emilio Mitre, un paraje situado allá entre los medanales
al Oeste de La Pastoril. Segura una huellita de hacienda
desde la tapera de Yancamil casi al atardecer, pensando
vaya a saber qué cosa piensa el hombre solo, de esta
meditación me sac
sorpresivamente la presencia de un yarará en el camino,
que por supuesto no me esperaba de buenos modos. Yo
muy correcto trato de pasar apartándome del camino,
de todos modos la víbora aprovecha para tirarme unos
cuantos picotones, no obstante segur caminando, luego
me detuve pensando dos cosas, una: no había razón
para que ésta me esperase allí de tan malos modos
y segundo: dicen que trae mala suerte una víbora en
el camino, o también podía estar con dolor de cabeza.
Aquí viene parte de un cuento: Había una vez un perro
muy enfermo, la víbora mal intencionada le aconseja
comer pasto ¿qué ocurre? el perro hace arcadas y vómitos
ah!. Luego está la víbora con un gran dolor de cabeza,
el perro para desquitarse le dice: crúzate en una
huella y verás que sanas. Lógico en el camino se la
mata.
El caso es que ahí empezó un tira y afloje entre yo
y el yarará, le tiro con una bosta de vaca ¡para qué!
no paraba nadie su ferocidad. Aclaro que era una de
esas víboras impresionantes, que rara vez se ven,
pero que sí las hay. Al verla tan mala fui en busca
de una carabina Diana 22 de sólo un tiro para lo que
tenía que recorrer en total unos 500 metros, pensando
que a mi regreso el yarará estaría ya en viaje hacia
otro lugar.
Pero no fue así, el señor estaba esperándome debajo
de las yaullin amargo, bien enrollado y en su posición
propia. Le apunté a la cabeza, tal vez desde unos
3 metros de distancia, estaba seguro de pegarle en
la garganta a lo convoy pero fue todo lo contrario,
ni en la cabeza ni a la víbora. La bala pasa al medio
de los rollos del cuerpo. Hago la siguiente aclaración:
en esa época, con esa carabina a unos 6 pasos de distancia
le pegaba a un fósforo.
De modo que terminé creyendo lo que se decía: a la
víbora no les entra la bala, por supuesto hablo de
la bala común de plomo. Ya a la altura de las circunstancias,
el yarará parecía haberse propuesto tomar la iniciativa,
estábamos en igualdad de condiciones. Yo prácticamente
desarmado, sin nada cercano que sirviera para matarla,
con más deseos de abandonar que de seguir la lucha.
La víbora tomando esa tan fea forma de su cabeza,
se agigantaba, parecía inflarse, haciendo sonar su
cola, amenazaba con venir hacia mi. Mirándola detenidamente
empecé a pensar con ideas de cristiano y con fallo
salomónico: si este animal defiende tenazmente su
vida, quizás sea lo único bueno que ella posee, nada
mejor que no matarla iah! si no te mato le anuncio,
pero eso sí te llevaré conmigo, admiro a los valientes.
Con un pedazo de cuerda de guitarra hice un lazo,
lo coloqué en la punta de un palo de jarilla y sin
más se lo puse en el cogote y salí con el yarará de
tiro, que sin ofrecer mayormente resistencia, se entregó
como paisano a la gripe.
Aquí viene la parte más tétrica que yo haya experimentado
en mi vida con un animal de esta naturaleza. Lo metí
en el vidrio de un envase roto de una damajuana de
diez litros, con entrada de aire y todo, observé que
no trepaba por el vidrio. La puse en un lugar donde
yo permanecía el mayor tiempo de día y noche, es decir
la casa donde vivía. Di en darle un nombre "Juancho".
El primer tiempo lo puse en una pieza aparte y me
tomaba el trabajo de tratar de asustarla a través
del vidrio en cuanta oportunidad tenía para hacerlo.
Sus reacciones, por supuesto, eran violentas con algunos
picotones ¡a eso sí! siempre estaba en guardia 24
horas del día. No sé si duerme. Esto duró unos 20
días, luego comenzó a dar claras muestras de amansamiento,
es decir cuando le hablaba conocía y no se enojaba
tanto. Además quizás por necesidad se movía, buscaba
alimento que yo le traía. Así fueron cayendo mariposas,
saltamontes, otros insectos y leche. Y se movía, aparentemente
sin temor. Pasado un tiempo no esquivaba.
Una noche entré al cuarto donde la tenía, al oscuro
oí un ruido raro, prendí un fósforo y... la víbora
no estaba en su lugar. ¡huyendo urgente el criollo!.
Al día siguiente la encontré moviéndose, como pancho
por su casa, por el piso de la habitación. De ahí
empecé a tenerle cierta confianza, de vez en cuando
la soltaba para que tomara sol y se moviera un poco.
También la lleve al lugar adonde yo dormía dos o tres
noches seguidas, siempre dentro de la jaula por supuesto
y tomando toda precaución y medidas de seguridad que
este amigo enemigo requería, es decir, estaba siempre
muy alerta por si éste trataba de sorprenderme.
Lo más que me llegó a sorprender y que me quedó muy
grabado, es cómo cazaba los animales vivos que yo
le ponía, impresionante el modo de cómo domina la
situación con sólo apuntar la cabeza hacia la presa,
sin mover el cuerpo. La víctima, de primera intención
trata de huir, pero a los pocos segundos se aquieta
y parece que perdiera toda noción del peligro. Esa
es la oportunidad que aprovecha la víbora para deslizarse
muy lentamente, aproximarse, tomando a su víctima
en la posición conveniente que es la parte de la cabeza
para ser engullida de punta. Agarra con la boca una
sola vez, luego se nota que ésta comienza a dilatarse
de modo muy desagradable e impresionante. La verdad
que es un acto desconcertante y horroroso que a mi
modesto y escaso lenguaje no lo pude detallar.
No sé decir el tiempo que conviví en compañía de este
ser tan feroz y repugnante, pero fue de unos dos meses.
En ese periodo creo que llegué a conocerlo y a conocerme
pues estaba plenamente seguro que obedecía mi voz
y respetaba a mi persona.
Una soleada tardecita, serena y apacible, es probable
que a principios de otoño, porque recuerdo que de
noche refrescaba, llevé al reptil a unos cien metros
al Este con cierta inclinación al Norte de la casa
en que vivía y allí lo puse en libertad y por última
vez le hablé colocándome en forma repentina delante
de él en dos o tres oportunidades repentinamente,
no demostró alterarse en ningún momento. Mi última
recomendación fue: "te perdono la vida, pero vos no
debés atacar a nadie".
Pasaron algo así como 20 días o más cuando en "La
Española" se armó un gran revuelo cuando doña Mercedes
Morales fue mordida en la pierna, creo derecha, por
un yarará que estaba a orilla del brocal del pozo
del molino donde diariamente se iba en busca de agua.
Luego de atacar a la señora se dejó caer al pozo.
Tratada en la emergencia con procedimientos propios
del lugar "remedio indio" al día siguiente a la tarde
recién pudo ser trasladada sin mayor apuro a Victorica,
distante en ese tiempo unos 125 kilómetros. El médico
verificó diagnosticó: sí, se trataba de una mordedura
de víbora venenosa, pero el peligro habla pasado.
Ahora surge el siguiente interrogante: de ser el yarará
que yo tenía, perdió veneno o no pudo inoculado. ¿Por
qué razón la mordedura que recibió la señora no pasó
de ser una terrible hinchazón con fuertes dolores
y fiebre?. En el momento del percance, la víctima
usaba medias. Se dijo que tal vez esa fue la causa
por la que el veneno quedó allí. Suposición que no
acepto, pues yo guardo un hermoso par de colmillos
de varará que por su dimensión y estructura general
los creo capaces de atravesar no sólo una tela de
media, conozco casos en que quedan enganchados en
la lonja del rebenque o en un palo que es mucho más
sólida. Por lo menos en tres oportunidades he visto
al yarará morder a un perro, por lo menos a mí no
se me murió ninguno. Esto ocurre cuando el perro va
rastreando entretenido, de lo contrario las evita
con facilidad.
Conclusión: ¿Está dotado el perro, por naturaleza,
de algún contraveneno? pienso que sí. Me han contado
de perros muertos por mordeduras de yarará. Yo aclaro
no haber visto a ninguno.
Aquí viene el cuentito para los niños: ¿Saben ustedes
por qué todos los yarará son malos? No. Esto viene
desde muy lejos en el tiempo, cuando Dios estaba creando
víboras, por supuesto las hacía mansas y de variados
colores ¡ah! un sueño ver tantas viboritas bonitas.
En eso cruza una sombra negra y fea despidiendo un
fuerte olor a azufre. ¿Saben quién era? el diablo.
En un descuido, llamé a una de estos reptiles inocentes
diciéndole tú, con ese color tan feo que tienes crees
que no te pisará cualquiera, además no tienes con
qué defenderte., si tú quieres yo te hago temible
para todos y contra todos, hasta tu misma descendencia.
Aceptada la propuesta, el diablo le puso los colmillos
huecos con una bolsita de veneno en la punta. Diciéndole:
tú seleccionarás la ferocidad de tus propios hijos
de lo contrario perecerás. De ahí que la hembra pone
cuatro huevitos de la que nacen 4 viboritas chiquitas,
chiquititas, dos o tres días después de nacer, empiezan
a moverse de un lado a otro del nido. De repente la
cueva se llena de ruidos, golpes, azotes a las viboritas.
De las cuatro viboritas dos presentan duro combate
a muerte, las otras tratan de huir rara salvarse,
pero la madre las mata, no queire hijos cobardes.
Por esa razón todos los yarará son tan malos.
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