Pobre Don Lucio Navarro! Soguero
de profesión. Escucho del Bardino decir esto: mi memoria
que anida tantos recuerdos y don Navarro es uno más,
hombre de pocas palabras, la verdad que muy poco confidente,
vivía cruzando el cajón del río hacia el Este, pegado
a la tapera del gringo. Una linda tarde de sol no
sé por qué causa llegó a su rancho hecho de pichanas.
Hola! Cómo le va don Lucio.
Bien Cacho. Está afilando el cuchillo para desfilar
tientos?
No, estoy por afeitarme.
No me dirá que con ese cuchillo? Ja, Ja.
Me quedo allí largo rato con la curiosidad de saber
si era cierto que se afeitaba con el cuchillo; efectivamente
sí lo hacía, fue la única vez que vi este procedimiento.
Yo lo trataba siempre con el respeto que mi padre
me inculcó, pues era amigo de don Lucio, y como tal
lo saludaba cuando tenía oportunidad de hacerlo, Siendo
muy chico conocí a este hombre, uno más de tantos,
no recuerdo dónde, pero sí tengo presente que era
morocho, cerrado, de barba, no muy alto, un metro
sesenta centímetros quizá, parecía que las palabras
le salían por boca y nariz a la vez. Decía de él mi
padre: este Navarrito, así lo llamaba, en su tiempo
no fue nada zonzo, en una jugada unos tramposos que
se las dan de gauchos, le ganaron toda la plata que
tenía y Navarrito les jugó de trompa (quiere decir
sin dinero) perdió también; por supuesto se armó el
lío, trataron de manotearlo (agarrar con la mano)
Navarrito esquivó el cuerpo, a uno le tiraba un puntazo,
a otro le tiraba tierra, creo que eran tres o cuatro,
los tenía ahí medio confusos; cuando lo querían rodear
echaba mano al revólver y les decía: los voy a quemar
a balazos, se les tendía por el suelo cambiando de
posición en todo momento. En ese interín intervienen
otras personas para apaciguarlos. Termiria la pelea,
mi padre lo lleva a Navarrito hasta el palenque lo
convida para irse a otro lugar, así se evitaban males
peores. Salen por el camino conversando, luego de
un largo trecho ya tranquilo Navarrito desmonta del
caballo, arma un cigarro y le dice a mí padre. Ta
que Habían sido jodidos éstos, mire con qué los paraba!
diciendo así sacó el revólver; no tenía ni tambor
ni caño, sólo era la parte de la empuñadura que brillaba
porque él lo había limpiado con ceniza, Con razón
no lo sacaba, si los enemigos se enteran seguro que
Navarrito no iba a estar con la Jesusa, su mujer,
en Algarrobo del Águila en el año 1.940.
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