Olga
Orozco
(1920-1999)
Memorias
de la Oscuridas
Los
ojos son clarísimos, de un Color indefinible, y sorprenden
en ese rostro mediterráneo, dramático, de origen siciliano,
en el que a menudo se alternan una expresión de estupor y
otra de enfurruñamiento infantiles. A pesar de que su poesía
retoma la tradición de los "vidente", como Rimbaud o Gérard
de .Nerval, y de que está animada por ramalazos trágicos y
por iluminaciones místicas, si uno la mira con desprejuicio,
le encuentra algún parecido con Malfalda -la de Quino-, una
Mafalda crecida a la que está unida quizá por el humor. Cuando
Olga Orozco trabajaba como redactora en la revista Claudia
(en los 60), sus compañeros señalaban esa semejanza en voz
baja para que ella no se enojara y, sobre todo, porque la
belleza y el tono de sus poemas imponían un respeto que tornaba
irreverente la comparación con la criatura de Quino.
Convertida en una de las grandes poetas de América latina,
Olga Orozco acaba de ser invitada por Patrimonio Nacional
de España para leer sus poesías, entre el 12 y el 15 de julio,
en el Patio del Príncipe del Palacio Real de Madrid. La acompañarán
en ese recital algunos de sus colegas más importantes en este
continente: Alvaro Mutis, Gonzalo Rojas y, probablemente,
Octavio Paz.
A Olga Orozco nunca le interesaron los honores, si el reconocimiento
de sus pares y de la gente que quiere; pero la excelencia
de su obra y el tiempo le han deparado todas las distinciones
de la Argentina literaria: Premio Municipal por En el revés
del cielo (1988), Gran Premio de Honor de la SADE, Gran Premio
de Honor del Fondo Nacional de las Artes, Premio de la Fundación
Alfredo y Amalia Fortabat, entre otros.
Resulta extraño el hecho de que esa impresionante lista de
recompensas sea considerada como merecida por todos los escritores
nacionales, siempre tan prontos a destruir una reputación
ajena. Eso tiene una explicación contundente, además de la
irrefutable calidad de su poesía (algo que importa poco a
la hora de la envidia), Olga Orozco es una mujer de una gran
nobleza y de un encanto irresistible.
Olga adoptó como apellido literario el de su madre; su padre,
siciliano de Capo d' Orlando, se llamaba Carmelo Gugliotta;
su madre era Cecilia Orozco, de San Luis. Olga nació en 1920
en Toay, cerca de Santa Rosa, en la provincia de La Pampa.
"Vivi allí hasta los ocho años -recuerda--. Es el período
que más me marcó. La vida de los chicos en el campo está llena
de descubrimientos." Entre ellos hubo uno muy personal: su
carácter de niña dotada de poderes parapsicológicos.
"Pensaba de chica que todos teníamos un sentido más que no
residía en ningún órgano y que nos hacía prever cosas. Cuando
me di cuenta de que no era así, me asusté un poco. Lo sobrellevé.
Yo decía, por ejemplo: "Hoy por la tarde va a venir la tía
Margarita en el auto y va a traer una muñeca para mi". Mi
madre me respondía: "Tu tía no está en Telén y no puede venir".
Por la tarde, mi tía llegaba en el coche con el regalo. Aprendí
a tirar el tarot con una señora italiana de Bahía Blanca,
cuando tenía trece años. Era una mujer que le hacia los sombreros
a mamá. Una vez hizo que yo levitara y una hermana que me
había acompañado le contó a mis padres. Se acabaron los sombreros
y el tarot." Orozco fue poeta antes de empezar a escribir.
Hablaba "en poesía" desde la niñez, cuando aún no sabía leer.
"En realidad, interrogaba a las cosas -dice-. Las respuestas
que me daba el mundo nunca eran satisfactorias. Mi madre anotaba
todo lo que yo decía porque mis ocurrencias le parecían asombrosas.
Desde muy chica había descubierto que el limite no es la forma,
que había prolongaciones de las cosas que eran inasibles.
Empezaron los misterios. Quería saber dónde terminaba yo y
dónde los otros. Me contestaba con nuevas preguntas. En el
fondo sigo haciendo lo mismo. La poesía es una interrogación
constante que no se puede resolver por un razonamiento, sino
por un salto. Las palabras nos llevan a una pregunta y ésta
nos obliga a saltar para pasar a otra palabra, y así se remonta
el lenguaje que, en verdad, descendió hasta nosotros creando
a través del Verbo. El poeta vuelve a recorrer la escalera,
ese espacio que lleva al Verbo primordial, a una unidad perdida
de la que tenemos nostalgia."
De Toay, los Orozco se mudaron a Bahía Blanca y cuando Olga
tenía 16 años se trasladaron a Buenos Aires, donde ella comenzó
la carrera de Letras. Orozco nunca llegó a ser profesora,
porque antes de graduarse se casó con el poeta Miguel Angel
Gómez. Fue su primer matrimonio. Ella pasó a formar parte
del alegre y bullicioso grupo que se reunía en casa de Norah
Lange y Oliverio Girondo. "Conocerlos me cambió el color de
la vida; perderlos, cuando murieron, también. Habla en ellos
algo tan efervescente, tan estimulante. Podíamos discutir
cosas esenciales sin caer nunca en la solemnidad.
"En los 40, Orozco hacia comentarios sobre teatro clásico
español y argentino en Radio Municipal en un ciclo destinado
a ese tipo de obras. "Cuando terminó mi contrato -recuerda-
debía abandonar el radioteatro. Me ofrecieron formar parte
del conjunto porque me habían tomado cariño. Tengo una voz
muy grave. Entonces me propusieron los papeles de madre, de
mala o de bruja. Me hicieron una prueba y dijeron que era
excelente. Fue así como me convertí en Mónica Videla, actriz
radial entre 1947 y 1954. Trabajaba también en Radio Splendid
en la compañía de Nidia Reynal y Héctor Coire. Cuando hacia
las madres estaba contenta porque tienen una muerte prematura,
cuando me tocaban las brujas también porque sus intervenciones
son esporádicas; en cambio, las malas eran agotadoras: sombras
fatídicas que duraban hasta el final de los capítulos." A
menudo se ha vinculado a Olga Orozco con el surrealismo. En
verdad, su interés por el esoterismo, por los fenómenos del
inconsciente y por la "videncia" literaria era muy anterior
a la práctica surrealista en la Argentina. "Los poetas que
tuvieron influencia sobre mi -señala- fueron San Juan de la
Cruz, Rimbaud, Nerval, Baudelaire, Milosz, Rilke. Siempre
creí que nuestra mente no está hecha para traspasar la barrera
del misterio, salvo por un salto. Ese salto he intentado darlo
a través de la fe. Durante mucho tiempo ejercité el ocultismo
a la par que escribía. Pero lo abandoné porque me pareció
que servía muy poco. Era una especie de demostración ilusoria
de omnipotencia. Uno convoca potestades para cambiar el mundo,
pero eso no conduce a ningún perfeccionamiento interior; en
cambio, la religión el misticismo exigen que el alma tenga
una ascesis y se entregue. Poco a poco me fui inclinando por
ese camino."
De todos modos, a veces, su conocimiento de la magia le fue
útil. Durante un viaje a Africa, por ejemplo, su marido compró
unas máscaras africanas "trascendidas" (saturadas de espíritus).
Las imágenes de las que estaban impregnadas se apoderaron
de las noches de Olga, convirtiéndolas en pesadillas. Afortunadamente
sabia cómo exorcisarlas. Hoy cuelgan, inofensivas, de las
paredes de su casa.
"Dejé de tirar el tarot -continúa- después de un sueño admonitorio:
me encontraba en un anfiteatro donde se me juzgaba; de las
graderías se levantaba gente de distintas épocas: un gladiador
romano, una dama griega, un señor renacentista y todos me
reprochaban haberles prometido en otras vidas cosas que no
se hablan cumplido. Me desperté cuando el juez iba a bajar
la mano para condenarme." El espíritu de Orozco es religioso,
pero de un modo muy personal; la poesía es para ella una forma
de conocimiento que conduce hacia Dios. Su religión está hecha
de fragmentos de distintas creencias y filosofías, Cree, por
ejemplo, en la reencarnación (eso le viene del Oriente); pero
también en la Santísima Trinidad y en Jesús, aunque no otorga
ningún crédito al Cielo y al Infierno. Quizá por eso una mujer
tan interesada como Orozco en el reino de la noche amó lo
que ella denomina "lo incandescente". De allí proviene su
alegría, su amor por la música, por el canto y por el baile.
También su pasión, bastante más compleja, por los disfraces,
que la lleva a interpretar coreografías con sombrero de copa
y bastón. Olga ha escrito numerosos Iibros de poesía (Desde
lejos. Las muertes, Los juegos peligrosos, Museo salvaje,
Cantos a Berenice -su gata muerta-, Mutaciones de la realidad,
Noche a la deriva), pero ha publicado un solo libro de relatos,
cuyo titulo es La oscuridad es otro sol (especie de memorias
de infancia). Ahora, cuando acaba de recuperar las fuerzas
y el ánimo tras la muerte de su esposo, el arquitecto Valerio
Peluffo (estuvieron unidos durante veinticinco años), ha decidido
volver a la narración con También la luz es un abismo, donde
continúa evocando situaciones de esa infancia mítica en Toay.
De todos modos, la prosa de Orozco siempre ha sido calificada
de poética, quizá porque sigue siendo un desciframiento divino.
Hugo Boccacece - LA NACION |