Olga
Orozco
La
Puerta que no abriste
Por: Por
Myriam Moscona
Los
temas de Olga Orozco tocan lo inescrutable: el tiempo, el
destino, la ausencia, la pérdida del reino, la palabra o el
amor como paraíso recobrado. La muerte, que le aterraba, está
presente también a lo largo de su obra. Ubicada en la generación
argentina del cuarenta, conocida también como neorromántica,
en la que también figura Enrique Molina, la poesía de Olga
Orozco comparte con ésta las preocupaciones de su tiempo y
su lugar, pero parece coincidir más con la mirada y la búsqueda
del Rilke en Las elegías del Duino o con la voz inconfundible
de Luis Cernuda. Olga Orozco murió en Buenos Aires el domingo
15 de agosto a los 79 años, y penetró en una de las formas
de "la dolorosa claridad'' que tantas veces buscó revelar
en sus poemas.
Más que hablar de una memoria específica me gustaría que hablásemos
del fenómeno en sí, tan encarnado en su contrario: el olvido.
Ambas corrientes entran de la mano en el momento de la escritura.
-La memoria y la tergiversación del tiempo me han servido
mucho para hacer retroceder la muerte y la aspereza de la
realidad. Soy una memoriosa y creo haber olvidado pocas cosas
importantes. La memoria corre paralela a todos los hechos
de mi vida. Ha crecido apenas retocada, pero ha influido en
mi poesía tanto como el tiempo. Cioran dice que una de las
principales aventuras del hombre es la de tergiversar el tiempo,
violentarlo. Eso lo he conseguido hacer en todas direcciones.
Como Eliot, he hecho que el futuro influya en el pasado y
que cada tiempo incida en los otros a su manera.
-De alguna manera, su vida comienza con un azar. Su padre,
italiano, fue de paseo a la Argentina, conoció a su madre
y allí se quedó. En ese acto comienzan los trazos de su destino.
Las palabras azar y destino se repiten continuamente en su
poesía como dos grandes preguntas.
-Son palabras que llevo siempre conmigo como herencia de ese
encuentro. Mi poesía las alude repetidamente. Orozco es el
apellido de mi madre, el de mi padre es Gugliota. Mi padre
había llegado de Europa y dejaba el Mediterráneo a sus espaldas.
Mi madre salió a su encuentro en una volanta que venía desde
San Luis. Yo tengo una piedra de cada uno de esos lugares
y les siento una vibración particular. A menudo escribo alternadamente
con una u otra piedra. Creo que en nuestras vidas el azar
es permanente y que el destino se nos abre en forma de abanico
porque vale tanto en la vida lo que uno hizo como lo que dejó
de hacer.
-Eso está presente en su poema "Detrás de aquella puerta'':
"En algún lugar del gran muro está la puerta,/ aquella
que no abriste/ y que arroja su sombra de guardiana implacable
en el revés de todo tu destino(...)''
-A veces pienso que si uno abriera las puertas que no abrió,
tal vez detrás veríamos todas las que permanecieron cerradas.
-Su abuela era de origen celta. ¿Cómo percibe la influencia
de su carácter en usted y en su elección por la poesía?
-Mi abuela fue de una gran influencia en mi vida. Fue la persona
mágica de mi infancia. Hasta mis veintiocho años solía decirme
un cuento todos los días, siempre, sin repetirse nunca. Cuentos
que nunca he hallado en los libros, a excepción de Un ojo,
dos ojos, tres ojos, de los hermanos Grimm. No sé si los demás
eran fusiones de varios cuentos, inventos o inspiraciones.
Era un ser excepcional. Me preparaba distintas tisanas para
cada descompostura. De niña yo solía treparme a los árboles
a comer fruta verde que frecuentemente me enfermaba. Entonces
ella elegía un número determinado de yerbas que me ayudaban
a sanar zonas específicas del cuerpo. Sólo me daban resultado
si ella las preparaba. Recuerdo, y eso ya es otra historia,
que en los años veinte, cuando yo era muy pequeña, se había
puesto de moda Tutankamón por el descubrimiento de su tumba.
Chanel imprimía esa imagen en sus telas y pañuelos. El pueblo
donde nací solía estar bastante desolado a la una de la mañana.
Se apagaban las luces y había que recurrir a las velas. A
mí me encantaba mirar el pañuelo a trasluz cerca de la flama.
Una noche el pañuelo se me quemó y la abuela vino a mi rescate
sabiendo que mi madre se iba a enfurecer conmigo. ``No se
aflija, mi niña, esto tiene remedio: lo vamos a plegar en
todas sus partes y todos los días a las siete de la tarde
vamos a rezar una plegaria que yo le voy a enseñar y en veinte
días el pañuelo va a estar reconstruido.'' No le dijimos nada
a mi mamá. Rezamos fervorosamente y a los veinte días, al
abrir el cofre, el pañuelo estaba intacto. Claro que yo nunca
quise pensar que ella había encargado otro igual...
-A los ocho años conoce usted el mar cuando se traslada de
La Pampa a Bahía Blanca. ¿Cómo fue ese encuentro?
-Primero fue monstruoso. Yo soy pisceana y allí estaba mi
propio signo que empezó a hechizarme; comencé a acostumbrarme
al mar y a venerarlo con esas olas que se repetían. Pensaba
que tal vez esa ola es la que vio Homero, aquella otra la
que vio Virgilio y la de más allá, que va tan trágica, la
que ahogó a mi amiguito Agustín. Era una forma de reconocimiento
porque en mi fantasía cada ola era la representación de alguien
que iba poblando al mundo a través de ese incesante movimiento.
Olga Orozco y la poesía
-Era usted adolescente cuando ya asistía a reuniones literarias
con escritores que eran mucho más grandes. ¿Cómo eran esas
tertulias y qué propósito tenían?
-Desde los quince años asistí a esas reuniones literarias
en Buenos Aires. Nos reuníamos para tramar una revista y,
sobre todo, para acostar la noche. Nos disolvíamos al alba
y permanentemente hablábamos de poesía y poética de manera
muy sabia y especialmente muy errada, poniéndole el san Benito
a grandes escritores, como a Lugones, cosaÊde la que nos fuimos
arrepintiendo poco a poco. Hicimos una revista que nos había
aglutinado, se llamaba Canto y el nombre se quedó como una
forma de llamarnos: la generación de Canto. Eramos muy dispares.
Unos procedían de la literatura francesa, otros de la inglesa,
otros de la alemana y otros incluso del ultraísmo. Nuestras
edades eran muy distintas y yo era la menor. Vicente Barbieri,
por ejemplo, tenía cuarenta años, Castañeira de Dios tenía
diecinueve y había otros poetas que después fueron muy reconocidos,
como Enrique Molina.
-¿Es la época en que conoció a Oliveiro Girondo?
-Exactamente, un poco antes de aparecer la revista Canto.
Oliveiro pertenecía al grupo Martín Fierro. Girondo había
instituido el Premio Fierro para escritores jóvenes. Lo había
ganado Wilcock y se celebró con una comida. Yo era muy joven,
no había cumplido los dieciocho años. Estaba sentada frente
a Girondo, que comía polenta con pajaritos. El era un aristócrata
de modales muy refinados, pero de pronto tenía algunos desplantes
fáusticos. Podía ser maleducado. A mí me empezó a dar pena
por esos pajaritos que él masticaba y hacía crujir con los
dientes. Esos pajaritos me produjeron unos suspiros incontenibles,
tal vez algún sollozo. El arrojó su plato y dijo muy convencido
que no se puede comer cuando una ninfa llora. Estaba casado
con Norah Langue, excelente prosista injustamente olvidada.
Sacó un papel y me pidió que le escribiera algo a su mujer.
``Ustedes'', dijo, ``se van a hacer muy amigas.'' Le escribí
una pequeña carta y al día siguiente Norah me llamó. Girondo
tenía razón. Desde el primer encuentro hicimos una amistad
para toda la vida a través de esos pajaritos con polenta.
-La poesía de Girondo es muy distinta a la suya y sé que usted
la aprecia, cree en la verdad de Girondo.
-Creo profundamente en su verdad. Era una persona absolutamente
ética y su poesía siempre era verosímil, porque la poesía
no tiene que contar cosas verdaderas pero sí tiene que tener
un sentido de verosimilitud. Por eso detesto esas imágenes
en las que una pestaña levanta a un elefante. Me encanta la
poesía de Girondo y me sentía fascinada por su persona, era
de una juventud extraordinaria y creo que solía entenderse
mejor con los poetas de mi generación que con sus contemporáneos.
Sobre todo su último libro, La masmédula, tuvo una resonancia
de incomprensión muy marcada y extraña en su generación. Girondo
era un maestro en fusionar dos palabras que a su vez creaban
otra: no era la unión simple de un adjetivo con un sustantivo.
Por la fonética hacía aparecer el fuego de una tercera imagen.
A sus contemporáneos les pareció un disparate; a nosotros,
un hallazgo.
-Su primer libro se empezó a escribir en el 41. No tenía usted
ni veinte años. Fue publicado en el 46 por editorial Losada.
¿Recuerda ese proceso?
-Lo recuerdo junto con la suerte que tuve para su publicación.
Nunca he sido demasiado prolífica, así que fue un libro escrito
lentamente, con muchas exigencias personales. Creo que Desde
lejos contiene a los demás. Están allí, de alguna manera,
esbozados los asuntos que me inquietaban, todos los que vinieron
después. Fue el tiempo en que empezaron a llegar los refugiados
españoles, Alberti, por ejemplo, con su mujer María Teresa.
Había aparecido Canto, revistita de ocho páginas, y se había
organizado un coctel para celebrar su segundo número. Alberti
se fue a un costado y después de leerla dijo: ``los mejores
poetas son estos dos'', y nos señaló a Enrique Molina y a
mí; entonces don Gonzalo Losada, allí presente, me miró y
me dijo: ``tu primer libro lo publico yo''. Cuando estuvo
listo se lo llevé. Losada era un verdadero amante de la poesía,
se interesaba muy poco en que la editorial fuera un comercio.
Cada libro de poesía que a él le interesaba se convertía en
una flor para su ojal. Después publicó mi segundo, tercer
y cuartoÊlibros. De modo que tuve la fortuna de no hacer antesalas
para publicar, cosa que lamentablemente es un hecho bastante
extraordinario.
-Da la impresión, cuando uno conoce su primer libro y sigue
en la lectura de los posteriores, de que usted ha cavado durante
años en el mismo agujero. Tal vez fue cambiando de instrumentos,
pero allí está revelado su mundo y ampliado hacia arriba y
los costados en los libros que siguieron.
-Siempre creí, con Bachelard, que la poesía era vertical y
la prosa horizontal. La prosa sirve para lo cotidiano, lo
lineal; la poesía sirve para lo extraordinario, va hacia lo
alto, hacia la plegaria, pero también intenta trascender el
mundo hacia lo bajo, hacia los abismos y las zonas más oscuras
tratando de vislumbrar lo invisible en el hombre. Además creo
que todos los hombres somos en cierto punto invisibles, somos
para los demás una cáscara que no revela todo lo que oculta.
En mi primer libro está en germen lo que vino después, quizá
con una mayor riqueza idiomática y afinamiento de recursos.
En realidad, todo podría ser un larguísimo poema interrumpido
por el cansancio, por la pereza o por el obstáculo insalvable.
-Hay poemas que se escriben solos; otros, con enorme dificultad,
incluso con dolor. Y no necesariamente unos son mejores que
otros...
-Creo que nunca he escrito con demasiada facilidad o, para
decirlo de otro modo, he tenido enorme desconfianza de las
cosas que he escrito con facilidad: nunca me valieron demasiado.
Escribir ha sido para mí como abrir una puerta en la que he
sentido una llamada que puede lo mismo venir de una canción,
de una imagen o incluso de una frase escuchada al pasar y
lo que veo es un corredor oscuro. Hacia el fondo hay otra
puertaÊdonde aparece la conclusión del poema. Es como si uno
tuviera que cruzar un río sin elementos de ayuda, rodeado
de una infinidad de signos en rotación, de aquellos mismos
que refiere Octavio Paz cuando habla de la poesía de Mallarmé.
Uno elige y desecha esos signos. De pronto se siente como
si se hubiesen dejado cadáveres en el camino y a veces uno
regresa para resucitarlos, cuando vale la pena. Si eso ocurre,
siempre implicará un trabajo de relojería.
-Hay un refrán que dice: boca que besa no canta. ¿Usted ha
escrito en momentos de plenitud?
-Sí, pero curiosamente no poemas sobre el amor. Creo en ese
refrán. El amor se cumple por sí solo y no necesita ninguna
derivación ni en la palabra ni en la escritura. Todas las
palabras y toda la escritura están dentro del amor, ¿no? He
escrito al amor cuando el amor pasó. He escrito al fracaso
del amor.
-Usted ha dicho que su segundo libro, Las muertes, ha querido
ser un libro de mitos modernos. ¿Cómo fue el periodo de concepción
de ese trabajo y cuál fue el móvil de exploración de esos
mitos?
-Esos personajes de novela que yo elegí como mitológicos eran
seres que habían cumplido con una vida perfecta. Cuando digo
perfecta, me refiero a su ética o al hecho de haber tenido
un inicio, un desarrollo y un final que hace de ellos seres
intocables a los que ya no se les puede agregar nada más.
Eso me inducía a verlos como mitos modernos: personajes, casi
todos, de novelas que tenían una vigencia notable. Hay algunas
excepciones, como el poema donde hablo de mi propia muerte.
-Ese poema que comienza diciendo: ``Yo, Olga Orozco, desde
tu corazón digo a todos que muero...'' La he escuchado decir
que ese texto se ha citado demasiado. Hay poemas que llegan
a hartar a quien los escribió, como tal vez le ocurrió a Neruda
con su famoso ``Poema veinte''.
-Sí, me piden que lo repita constantemente. Yo, que no me
sé de memoria ningún otro de mis poemas, he acabado por aprendérmelo
a fuerza de tanto repetirlo. Además ha creado confusiones
en algunos críticos por el hecho de decir que muero en el
corazón de alguien. Tomado en un sentido literal, se han preguntado
cómo se puede morir de atrás para adelante, cómo se puede
morir al revés. La muerte no tiene revés, yo más bien lo que
creo es que ``la muerte no tiene derecho'', nunca.
-En ``La cartomancia'', poema que aparece en su tercer libro,
está el testimonio de alguien que no es ajena al mundo de
las cartas, las predicciones, los juegos peligrosos.
-Juegos peligrosos como la muerte de la rival, el tratar de
matar a la enemiga en una forma determinada, los sueños repetidos
que son bastante inquietantes, la cartomancia, quiromancia
y otros juegos que después abandoné porque dejaron de tener
privilegios para mí. Lo único en lo que me he quedado es en
la poesía. Los otros son juegos bastardos que te dan una falsa
imagen de poderío. No quise convocar hacia abajo fuerzas oscuras.
Me parece que tanto la poesía como la plegaria son actos de
ascesis que conducen a la elevación del espíritu y no a su
hundimiento.
-En muchos momentos su poesía habla a través de una voz religiosa
aunque ajena a una práctica doctrinaria.
-No, no es una poesía dogmática.
-Encuentro que hay una notable diferencia entre su poesía
y la de Enrique Molina, con la que se le ha comparado tanto.
La poesía de Molina es una poesía de la tierra, de los sentidos...
-Incluso lujuriosa.
-Su poesía, como la de Molina, está llena de imágenes, pero
encuentro que la suya es más reflexiva.
-La poesía de Enrique es totalmente sensorial y más resignada
con quedarse en este mundo. El fue un excelente poeta. Yo
lo conocí cuando tenía catorce años, de modo que fuimos muy
amigos y no es difícil que tuviéramos un lenguaje parecido,
pero creo que con fondos diferentes. Mi poesía es más cavilosa
y meditativa. He tenido una visión del mundo hecha de elementos
que sueñan con sobrepasar este aquí con los límites de la
causa y el efecto. He querido buscar en otras realidades que
no son sólo las que nos comprimen.
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