Olga
Orozco
La
Poesía como una llama aterida
Por: Norma
Arana
La
llama de la poesía iluminó sus días y sus noches, la llevó
por territorios insondables, tembló aterida ante el choque
con esa otra realidad, con esa otra Olga, del otro lado de
las cosas, como solía decir....
Hace tres años, el 15 de agosto de 1998, moría Olga Orozco
en Buenos Aires, la ciudad que había elegido para vivir. Para
poetizar había elegido Toay, en medio de La Pampa, un lugar
donde los cardos rusos ruedan como la vida, sin rumbo fijo,
incontenibles y espantados.
Olga Orozco fue en vida, y sigue siendo, uno de los referentes
más importantes de la poesía argentina y de habla hispana
de la segunda mitad del siglo XX. Su visión espiritualista,
surrealista a veces –aunque ella se encargara de afirmar que
no era surrealista porque en sus poemas no trataba de “levantar
un elefante con una pestaña”- hizo de sus poemas una música
muy particular, única y reconocible.
De largo aliento, como los poetas épicos, Olga Orozco sabía
detenerse en cada detalle del Universo para buscar el adjetivo
exacto, el verbo que dijera con palabras lo que no las tiene.
En eso consiste su poesía, en ponerle palabras a LO que no
se puede nombrar. No es que no se deba, sino que el lenguaje
humano tiene sus límites. Esa fue la labor de Olga Orozco,
tentar ese límite y, a veces, traspasarlo alegremente, otras
veces, con pavor y otras todavía, ser atravesa por él.
Este día se enciende una llama aterida en al extrañeza de
su recuerdo, porque como ella misma diría: “no resucitan a
la luz de este mundo, los días que apagamos”. |