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Juan Bautista Vairoleto

Muerte y leyenda de un bandolero
14 de setiembre de 1941

Día catorce de setiembre
del año cuarenta y uno...



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2015

 
Pasadas las seis comenzó a aclarar sobre el Atuel. La brisa agitaba a pocos metros
del patio las chuzas del cañaveral. Los policías ajustaron el círculo alrededor del rancho
y tomaron posiciones hollando la helada que blanqueaba la tierra.


Díeciséis hombres armados
aislaron la habitación...

Los peones dormían en las piezas contiguas a la principal. Se oyó el canto de unos teros lejanos y algún otro ruido que despertó a Marcos Vera.Advirtiendo un movimiento en la casa, las manos de los policías se crisparon sobre las armas. El peón se asomó, y el subcomisario Bustriazo alertó a los demás para evitar un error:
-¡Ése no es!
Lo dijo ensordeciendo la voz, pero Marcos escuchó algo.
¡- Viene gente! -alcanzó a exclamar, antes de que alguien lo derribara de un culatazo en la cabeza y lo arrastrara al interior del cuarto de la despensa.
Juan había saltado de su lecho esgrimiendo la pistola que guardaba bajo la almohada. Después de la primera sensación de irrealidad, se dio cuenta de la situación y actuó de manera resuelta, pensando en primer lugar en apartar a sus perseguidores del lugar donde estaban sus seres queridos. Ya se había despedido otras veces de Telma y le había dicho lo que tenía que decirle. Ella, desde la cama, lo vio dirigirse a la puerta, vistiendo sólo calzoncillos largos y camiseta de frisa, calzándose en la cintura su faja de guardas rojas, verdes y blancas.
Apenas traspuso la abertura sonaron varias descargas. Bustriazo y otros policías dispararon desde distintos ángulos. Eran dieciséis contra uno. El subcomisario Paeta, que se adelantaba en ese instante, fue rozado en el vientre por un tiro que le desgarró el chaleco, vio correr su propia sangre y perdió toda iniciativa.
Coscia, revólver en mano, se acercó a la cocina. De allí escapé corriendo otro morador, José, a quien le tiraron por la espalda. Una bala lo alcanzó superficialmente y un policía mendocino lo contuvo.
Juan se respaldó en la pared del rancho. Estaba en una posición indefendible. Todo perdido, menos su compañera y las niñas que eran la simiente de su vida. En ese brevísimo instante en que su mente funcionaba con extraordinaria lucidez y sus pensamientos eran más rápidos que el rayo, supo quizás por fin quién era, tuvo la certeza de que había una sola manera de que ellos no lo alcanzaran y decidió cruzar de una vez la última frontera. Se apoyó el caño en el pómulo, apretó el gatillo y todo se apagó para él.
Los policías se acercaron, agazapados, nerviosos, en guardia, hasta llegar ante el cuerpo yacente.
¡-No te hagás el muerto! -gritó alguien.
Dispararon sobre el caído, ensañándose con su carne inerte, en vano. Luego se miraron, con los rostros transpirados, y enfundaron las armas.
El chico Narváez, aturdido, sin entender nada, vio a su patrón inmóvil en el suelo, con la ropa interior blanca empapada de sangre. Telma tenía en sus manos el revólver que sacó de abajo del colchón para defenderse, pero cuando comprendió que aquello había terminado atiné a esconderlo entre unos trastos.
En el primer momento ella y Marcos se negaron a reconocer la verdadera identidad de Juan. Sin embargo, los policías lo identificaron por los tatuajes en el brazo: la figura de mujer, el número 13 y las iniciales.
-Mirá, tiene callos en las manos -dijo uno de los que lo examinaba.
Telma les pidió que taparan el cuerpo con una capa para que las niñas no lo vieran. Pensó que su alma estaba mucho más alto que allí. Contuvo las lágrimas y trató de mantener la serenidad para no perturbar a las criaturas...

Fuente: Hugo Chumbita "Ultima Frontera" - Vairoleto Vida y Leyenda de un bandolero-
Ed Planeta - Paq 372,373,374 - Mayo 1999

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