Los
peones dormían en las piezas contiguas
a la principal. Se oyó el canto de
unos teros lejanos y algún otro ruido
que despertó a Marcos Vera.Advirtiendo
un movimiento en la casa, las manos de los
policías se crisparon sobre las armas.
El peón se asomó, y el subcomisario
Bustriazo alertó a los demás
para evitar un error: -¡Ése
no es!
Lo dijo ensordeciendo la voz, pero Marcos
escuchó algo.
¡- Viene gente! -alcanzó a
exclamar, antes de que alguien lo derribara
de un culatazo en la cabeza y lo arrastrara
al interior del cuarto de la despensa.
Juan había saltado de su lecho esgrimiendo
la pistola que guardaba bajo la almohada.
Después de la primera sensación
de irrealidad, se dio cuenta de la situación
y actuó de manera resuelta, pensando
en primer lugar en apartar a sus perseguidores
del lugar donde estaban sus seres queridos.
Ya se había despedido otras veces
de Telma y le había dicho lo que
tenía que decirle. Ella, desde la
cama, lo vio dirigirse a la puerta, vistiendo
sólo calzoncillos largos y camiseta
de frisa, calzándose en la cintura
su faja de guardas rojas, verdes y blancas.
Apenas traspuso la abertura sonaron varias
descargas. Bustriazo y otros policías
dispararon desde distintos ángulos.
Eran dieciséis contra uno. El subcomisario
Paeta, que se adelantaba en ese instante,
fue rozado en el vientre por un tiro que
le desgarró el chaleco, vio correr
su propia sangre y perdió toda iniciativa.
Coscia, revólver en mano, se acercó
a la cocina. De allí escapé
corriendo otro morador, José, a quien
le tiraron por la espalda. Una bala lo alcanzó
superficialmente y un policía mendocino
lo contuvo.
Juan se respaldó en la pared del
rancho. Estaba en una posición indefendible.
Todo perdido, menos su compañera
y las niñas que eran la simiente
de su vida. En ese brevísimo instante
en que su mente funcionaba con extraordinaria
lucidez y sus pensamientos eran más
rápidos que el rayo, supo quizás
por fin quién era, tuvo la certeza
de que había una sola manera de que
ellos no lo alcanzaran y decidió
cruzar de una vez la última frontera.
Se apoyó el caño en el pómulo,
apretó el gatillo y todo se apagó
para él.
Los policías se acercaron, agazapados,
nerviosos, en guardia, hasta llegar ante
el cuerpo yacente.
¡-No te hagás el muerto! -gritó
alguien.
Dispararon sobre el caído, ensañándose
con su carne inerte, en vano. Luego se miraron,
con los rostros transpirados, y enfundaron
las armas.
El chico Narváez, aturdido, sin entender
nada, vio a su patrón inmóvil
en el suelo, con la ropa interior blanca
empapada de sangre. Telma tenía en
sus manos el revólver que sacó
de abajo del colchón para defenderse,
pero cuando comprendió que aquello
había terminado atiné a esconderlo
entre unos trastos.
En el primer momento ella y Marcos se negaron
a reconocer la verdadera identidad de Juan.
Sin embargo, los policías lo identificaron
por los tatuajes en el brazo: la figura
de mujer, el número 13 y las iniciales.
-Mirá, tiene callos en las manos
-dijo uno de los que lo examinaba.
Telma les pidió que taparan el cuerpo
con una capa para que las niñas no
lo vieran. Pensó que su alma estaba
mucho más alto que allí. Contuvo
las lágrimas y trató de mantener
la serenidad para no perturbar a las criaturas...
Fuente: Hugo
Chumbita "Ultima Frontera" - Vairoleto
Vida y Leyenda de un bandolero-
Ed Planeta - Paq 372,373,374 - Mayo 1999 |