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Lindor Juarez |
LINDOR
La historia de todo pueblo se reconstruye
a través de la vida de cada uno de
los que lo habitaron.
La historia personal es un eslabón
imprescindible para dar la “forma”
a una historia que, por sus facetas particulares
se repiten y pasan a ser “historia
universal”.
Si. La vida de los pueblos pampeanos se
asemeja. Reconocemos hechos...personajes...anécdotas
que, insólitamente se nos transforman
en familiares aunque desconozcamos el lugar.
NAICÓ...Lugar casi
mítico...hoy, habitado por la soledad
y algún alma ermitaña que
se le anima al silencio.
Decía anteriormente
que la historia personal genera una historia
mayor. Y en el andar buscando huellas de
Naicó...sin querer van surgiendo
nombres, sale una nota en el diario como
oyendo el ahogado llamado, o una conversación
desemboca vertiginosamente al decir del
interlocutor:
-Yo nací en Naicó..
Entonces las preguntas surgen, y se quieren
hacer miles de conexiones, se tornan faraónicos
los proyectos, se quiere anclar en un lugar
que ayer “fue” y hoy solo es
habitado por el viento, algún ermitaño
y tantos...tantos que buscan resucitar recuerdos.
LINDOR
JUÁREZ,
una
historia personal
Tiene la mirada honda y un brillo que contagia.
Sus manos se apresuran y su diálogo
fluye como queriéndolo decir todo
al mismo tiempo.
Los recuerdos le ganan la partida...surgen...se
tornan nítidos a medida que el reloj
avanza.
Se apasiona. Está contando “su
historia”, está evocando aquel
niño de largas andanzas y travesuras
cotidianas.
Dibuja el plano de aquel pueblo de infancia.
Y surgen nombres: Fiorucci-Peraci-Bustos-Checovich-Lucero-Lastre-Cornejo-Martínez
Pando- Montoya- Didino-Leturia- Carbonel-Bogarín-Juancito
Warner- Matías Kimm...
Recorre las calles.
Entra a la fonda. Todo lo que necesita para
proveerse está allí.
Es la tarde y las mesas invitan a los mayores
a tomar una copa y a matar el tiempo jugando
un partido de cartas.
La fonda: pintura de un pueblo...familiar
encuentro. Allí es posible cambiar
mercadería por leña. Allí
la propina es dulce: un buen puñado
de caramelos. La fonda, es también
donde se aloja el recuerdo de los grandes
cajones que se levantaban para que surja
el azúcar en terrón, por ejemplo.
Sigue Lindor por la calle ancha que está
habituada al sonido de trenes que surgen
de un horizonte incierto despertando a un
poblado que vive por él...que avanza
a su ritmo.
Vuelve Lindor al hoy. También
el pueblo se detuvo cuando la estación
quedó deshabitada, y vive la agonía
de quién espera parado en el andén
que una máquina arrogante abra camino.
Otra vez el regreso al Naicó
de la infancia.
Lindor recuerda la escuela humilde y a los
maestros que mantienen impecable su figura
en el recuerdo: Nona Salvini, Luisa Barroso,
Margarita Sarasola, Pipeta Grego, el director
Velásquez...
Regresa a su memoria el internado...la cama
de resortes que le prestó Aniceto
Ríos. Precariedad .Mucha miseria.
Hambre y desarraigo.
Como si lo tuviera en sus manos habla de
“Ramas florecidas”, aquel libro
de 1º inferior. Imagen intacta. Hasta
detalla colores y formas. (Creo que hasta
nos llega el aroma de aquellos pétalos
rosados.)
Regresan momentos: el camino a la escuela
por el monte, o en un volanta cuyo polvo
no nubla recuerdos.
¡Cómo no recordar al niño
Lindor “pensionista”de los Vendramini
!
Afloran travesuras, andanzas con Cacho y
con el Laucha. Una gran pava de 5 litros,
café, azúcar, galleta...y
salir con los muchachos a juntar leña
a la estación...o a buscar agua al
aljibe de la casa Grañas.
Están presentes en Lindor “sabores”
de comidas de su madre. La recuerda con
admiración, con su máquina
Singer (comprada en cuotas) hacía
vestidos para todas en las fiestas ¡qué
habilidad ! Ponía la tela y cortaba.
Y que detalle: no cobraba. La hermana de
Lindor heredaría ese arte. Estudió
“Corte y confección “
por correo en “Academia Teniente”.
Bueno es recordar tiempos
sin mezquindades. Don Juárez hacía
chorizos, quesos; sembraba sandía,
zapallo, maíz...Todo se compartía.
Tenía un arado mancera. La alfalfa
surgía sin problema. Eran buenas
tierras. Campos vírgenes. Nidadas
de ñandú abundaban.
Eran tiempos de hacer picadas...de abrir
caminos.
Lindor vuelve a recorrer
aquella calle ancha.
Entra al conventillo que alguna vez alquiló
su padre, tan sólo con una o dos
letrinas.
Recuerda la peluquería...Dobla la
esquina: está Luisa Barroso, la maestra;
más allá la carnicería...luego
la comisaría.
Desde la plazoleta, tan cuidada ve al pueblo
“andando”, recorrido por sulkys
que llegan presurosos del campo, y como
una postal que perdura, un Almacén
de Ramos Generales, atendido por Jarrín,
en otro tiempo por Fernández.
Y por qué no?...había
momentos para la recreación.
En el galpón de los Montoya se hacían
las fiestas patrias tradicionales. Todos
colaboraban: se donaban animales, se “compartía”.De
Santa Rosa se contrataban orquestas.
En aquel galpón también se
pasaban películas. Seguro que Luis
Sandrini habrá emocionado a más
de un habitante escaso de historias prestadas.
Detrás del galpón de los Montoya
había una cancha de futbol.
Si .Naicó tuvo su equipo de fútbol:
Primuci-Cobo-Vendramini-Juancito Fioruci
(jugador de Santa Rosa ). El equipo una
vez viajó a Toay, y perdió.
Su principal rival era Quehué.
El tiempo trae recuerdos.
A veces son “olores”.
Entramos con Lindor a la panadería
Francia, hermano del dueño del boliche.
Las galletas esparcen su aroma. “Tortas
negras”, únicas, que ya no
existen. Y para unos pocos, el pan francés.
Los recuerdos surgen...y los atrapamos.
Ahora a un recuerdo lo trae también
un aroma. Llorens, el del juzgado, usaba
perfume. La aventura de los chicos era recolectar
aquellos frascos vacíos, para “robar”
un poco de su olor.
Para Lindor recorrer el
campo de los Martínez, es familiar.
Allí alquiló su padre cuando
el tenía 2 años, en el lote
6, en los dos molinos.
Fue su padre y tantos hacheros los que dieron
vida al lugar.
Los Martínez Pando tenían
hasta cancha de pelota a paleta. Poblaron
campos “de primera”, pero terminaron
en la miseria.
...Y la historia del pueblo se repite.
A Naicó “llegaba
el mundo”.Venía el diario “La
Prensa”, revistas...y hasta se vendía
a través de ellas. La revista Tompson
vendía ropa; Scasani, vendía
relojes. Todo lo que se encargaba llegaba
con precisión.
Y la salud también
llegaba. Un laboratorio ambulante de la
Asistencia Pública atendía
a la población, pero para situaciones
de mayor complejidad había que ir
a Toay.
Ministro
Lobos, estación Naicó.
Silos
completos de cereal.
Leña
en abundancia.
Pero
un día todo terminó.
Y
aquel pueblo que despertaba por el ruido
del tren,
quedó
paralizado.
Poco
a poco comenzó su agonía.
Un
día los Juárez subieron al
sulky rumbo a Toay
y
no regresaron.
Muchos
otros también lo hicieron.
Hoy
Lindor desea volver a “armar”
aquella historia.
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