
Naicó es un estanque de aguas mansas donde
se diluyen las imágenes de los años
fecundos y el reflejo mudo del presente mella el alma
de quien transite por sus calles de fábula.
Amplísimas fachadas y galpones herrumbrosos
definen la fisonomía de este lugar que alguna
vez fue un pueblo activo, rebosante de esperanzas
y porvenir, y que hoy es tan solo un espacio físico
donde el tiempo ya no existe.
Treinta
kilómetros al sur de nuestro pue-blo por ruta
9, nos encontramos con un pueblito cuyo surgimiento
y desarrollo en mucho se asemejan a los de Toay. El
hecho de que manantiales de agua se hallaran en la
zona hasta 1925, bien podría ser un trozo de
la historia toayense, cuyo tan popular manantial pudo
ser contemplado hasta muy avanzado el siglo pasado.
Los topónimos "Nainco" (manantial
que baja) y "Tuay" (vuelta, giro, viraje)
subsisten, como tantos otros en La Pampa, desde tiempos
remotos…; inverosímiles, según
el diccionario. En efecto, estas dos regiones de nuestro
suelo fueron puntos neurálgicos para la vida
del indígena, del indio, del nativo, del aborigen…
Mucho más aquí en el tiempo, en el siglo
XIX, bien podremos encontrarnos con expediciones,
coroneles, batallas, campamentos y malones…,
con avanzadas y fortines; en definitiva, la epopeya
criolla de la conquista del desierto definió
buena parte de la historia de los dos pueblos.
Parece ser que Naicó fue una zona de muy buen
agua, no así el preciso punto donde Fortunato
Anzotegui fundara el pueblo de Ministro Lobos el 28
de Mayo de 1911. Aquí, el salitre todo lo consume
y las fachadas corroídas apenas sopor-tan la
fuerza de gravedad, generando esa sensación
que nos hace aguardar el desplomo inminente.
La historia toayense en cambio, se jacta permanentemente
(con motivos) de las muy buenas condiciones de que
supo tener su agua…: rica y abundante.
Al cruzar el umbral de la historia con-temporánea,
podría decirse que Naicó es consecuencia
directa del ferrocarril; a diferencia de Toay, que
oyó el chirrido del acero por primera vez en
1897, contando ya con tres años de vida institucional.
Los relatos de Lindor Juárez nos regalan el
pasaje al pasado, y nos permiten vivir el presente
inexistente de Naicó en sus más íntimas
fibras:
…estaba
el almacén de ramos generales de Fernández,
un negocio clásico de la época donde
uno encontraba de todo, desde ropa hasta tornillos;
y siempre se daba "la yapa". A unos 800
metros de ahí estaba el boliche de Francia,
en frente de la comisaría; trabajaba muy bien…
Había también una carnicería,
de Enrique y Francisco Urtiaga. Enrique era el que
atendía la estafeta, en ese tiempo todo se
compraba por contra-reembolso, por ejemplo, venía
la revista de la "Casa Tonsa". También
estaba el aserradero del búlgaro Checovic.
En la comisaría se desempeñaba el oficial
Grego; y más allá estaba la escuela
80. Llorens era el Juez de Paz. Era un hom-bre muy
pulcro, muy coqueto; tenía sus añitos
y usaba perfume de primera, así que nosotros
cruzábamos la calle de la estación y
aprovechábamos para juntar los frascos que
tiraba, para usar el poquito perfume que les quedaba.
Ahí nomás, el salón de Montoya
se utilizaba para fiestas patrias y bailes populares,
y un poquito más al norte estaba la cancha
de fútbol. Naicó tenía un muy
buen equipo, de los que recuerdo jugaban Biasotti,
Primuchi, Vendramini, Fiorucci…, el rival a
vencer era Quehué, ¡así que fiesta
que había terminaba con un partido de fútbol!
La estrella de Quehué era el "gordo"
Savisa.-
La naturaleza supo compensar la escasez y mala calidad
del agua con la abundancia de otro recurso de excelencia
allá por aquellos tiempos de esplendor civilizante:
el bosque de caldén. Ciertamente, el mundo
consumía mucha madera por aquellos tiempos
y la codicia capitalista de la época vio en
esa ancestral región del "Naincó"
una gran extensión de bosque virgen listo para
ser talado:
Era
una comunidad muy activa que nació con el tren.
La actividad funda-mental era "el monte",
de punta a punta la cuadra de la estación estaba
repleta de troncos y había un desvío
que iba al Parque Luro a buscar la leña. Cuando
mi papá se fue al monte, al campo de los Spanto,
instaló un obraje; eran campos en los que no
había entrado nadie, había que hacer
picadas y contrafuegos. A la escuela llegábamos
en carro. Íbamos por las picadas..., había
muchos hacheros.
Sin
embargo a mediados del siglo XX, guerra mediante,
el mundo reemplaza ciertos hábitos y la madera
de caldén ya no es tan apetecible. Podemos
decir que la llegada del "diesel" y el cese
de la explotación forestal definen el destino
final de Naicó; y al respecto, nuestro entrevistado
es contundente:
El
ferrocarril era lo que le daba vida al pueblo, pero
cuando vino "el diesel" en el 48, se murió
todo.
Avanzando
en el tiempo hasta el límite del presente,
el Naicó de nuestros días es tan solo
un conjunto de calles arenosas trazadas por unas cuantas
casonas centenarias, pero tras esa escenografía
del pasado se ocultan las imágenes de un futuro
latente.
Cual si el tiempo fuere finito como un libro, Naicó
nos dice…, Naicó se ex-presa y nos cuenta
lo que ya fue escrito. Solo resta que alguien vuelva
a leer la historia.-
Gracias
Lindor
Muchas Gracias a Marcos Ochoa y familia.
FUENTE:
"Los Pueblos de La Pampa". Apuntes sobre
su nacimiento, su historia. José Higinio.
Juan
J. López