APENAS
ONCE HABITANTES Y DECENAS DE CASAS VACIAS
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Fuente:
diario "Página12" - Sección
Sociedad - Domingo, 24 de Marzo de 2002-
Por Alenadra DANDAN
UNA EXPERTA DEL CONICET
QUE AYUDA A RECUPERAR PUEBLOS
“El problema es el asfalto”
Las rutas de asfalto construidas a lo largo del
país fueron una de las causas centrales
en el proceso de desaparición de los pueblos.
Ni el ferrocarril ni la falta de servicios aceleraron
tanto la extinción. Esto fue una de las
recurrencias advertidas en los 430 pueblos que
en el ‘91, según el Censo de ese
año, estaban en esas condiciones. Entre
esos pueblos, un 60 por ciento comenzó
a perder población por el aislamiento de
las carreteras. El indicador es el resultado de
una tesis trabajada durante siete años
por Marcela Benítez, una investigadora
del Conicet que lleva recorridos 112 pueblos.
Ella es licenciada en geografía y su doctorado
en sociología lo obtuvo después
de la investigación por la que alguna vez,
incluso estuvo en Naicó. Ahora dirige además
la Fundación Responde, una de las ONG que
trabajan en el interior del país para reactivar
la vida en algunos de estos lugares.
De acuerdo con Benítez, los próximos
resultados censuales podrían empeorar aún
más este panorama: algunas indicadores
le permiten adelantar que los pueblos en vías
de extinción habrían pasado de 430
a algo más de 600 en sólo una década.
–¿Quién decreta la muerte
de un pueblo?
–En realidad, es el pueblo mismo quien decreta
su muerte. Cuando un pueblo tiene la posibilidad
de brindar servicios tiene razón de existir.
Cuando no brinda nada, muere. La gente puede estar,
pero el pueblo ya no es tal. Y ése es el
momento de su muerte.
–¿Pero existen parámetros
de tipo legal o normas que determinen una cantidad
mínima de habitantes?
–No. De acuerdo con el Censo, la localidad
no se define en función de los habitantes
sino de la presencia de cuestiones físicas
como calles, edificios. Eso lo define como pueblo
o localidad. Puede estar vacío y seguir
siendo pueblo. Incluso, definiciones como las
de localidad fueron cambiando. En el ‘80,
para el Censo, se usaron otros criterios y muchos
pueblos no fueron considerados como tales, sino
como población rural dispersa. Recién
en el ‘91, el criterio más ajustado
cambió y por eso apareció de golpe
la explosión de 430 nombres, pero no eran
pueblos nuevos sino que respondían a un
criterio de clasificación distinto. Ahora
sí podrá hacerse algún tipo
de comparación y es posible que los pueblos
lleguen a 600.
–¿Existe algún patrón
común entre los pueblos que están
en vías de extinción?
–El patrón común es el aislamiento
que tiene que ver con la distancia al camino de
asfalto. Esa fue la hipótesis con la que
trabajé mi tesis durante siete años:
casi un 60 por ciento de los pueblos que desaparecen
están sobre caminos no asfaltados. Esto
es un dato importante, pero además existe
otro: la pérdida de servicios. Al perder
población, los servicios se van suprimiendo.
Y ese proceso desalienta a los pobladores y, en
general, se acelera en aquellos lugares que están
más lejos del asfalto. Cuando uno compara
dos pueblos que pierden población, la emigración
es mucho más lenta entre los que son vecinos
de las rutas.
–Esos procesos de extinción ¿son
irreversibles?
–Todavía no se conoce cuál
es el umbral mínimo de población
como para que un pueblo pueda volver a reactivarse.
Desde la fundación trabajamos sobre un
pueblo de Entre Ríos llamado Irazusta y
ahí sí lo notamos. Lo que pasa es
que Irazusta tiene más de 300 habitantes
y no cinco ni treinta. Creo que el umbral de población
necesaria para revertir el abandono está
alrededor de aquel límite.
–¿Cómo se dan estos fenómenos
fuera del país?
–Se resuelven de otra manera. En España,
por ejemplo, existen pueblos abandonados, sobre
todo en la zona de Andalucía, que fueron
reciclados con la intención de reactivarlos
y volvieron a ingresar en la cadenaproductiva.
Eso es lo que está pasando ahora mismo
en Irazusta. La gente del lugar rediseñó
el lugar como un recreo turístico: no tenían
nada, ni un lago, ni montañas, ni mar.
Sin embargo, ante la falta de trabajo y la emigración
cada vez más rápida, un grupo de
personas comenzó a pintar los frentes de
sus casas para prepararlas como albergues, generaron
iniciativas de esparcimiento y a ese proyecto
se fue sumando el resto de la gente del lugar.
El
agua y el indio
Hay un texto escrito sobre Naicó en el
1900. En esas líneas, ahora compiladas
por la Fundación Responde, hay un indio
llamado Freites que da una de las claves del pueblo:
“Nam-Co" quiere decir aguas perdidas.
El que está siendo baquiano no puede llegar
hasta allí, todos sus médanos son
puntudos y puntudos son leguas y leguas, es agua
perdida en el medanal. Cuando era un muchacho
chico yo iba a visitar a un indio rico que vivía
en Naicó. Se llamaba Lausta-Toró,
toro petiso. La esposa era tía mía.
Vivía como criador, cerca de la laguna
Noam-Co. Con cavar con una pala entre los médanos
salía agua.”
Los indios nunca dejaron señales sobre
los lugares donde recogían el agua. Cubrían
con arena o tierra las rastrilladas para disimular
las surgientes de agua potable. Lo hacían
para que las tropas expedicionarias no pudiesen
usarlas. Por eso los blancos no encontraron las
surgientes hasta la década del 40. Hasta
ese momento, el pueblo vivía del agua transportada
por el tren.
El 20 de febrero de 1943, el diario La Capital
de La Pampa anunciaba que Naicó pedía
mil metros de caño para construir las instalaciones
de agua potable. Un ingeniero convocado por la
comisión de vecinos había hecho
un estudio haciendo perforaciones que intentaban
localizar el agua. El 22 de mayo de ese año,
el diario anunciaba la conclusión de aquel
pedido de caños: en el pueblo, decía,
empezaba la construcción de los pozos.
El ingeniero había encontrado el agua.
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