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Tramas de una historia familiar

 

Ramona López Rodríguez, asturiana, de Oviedo.
Francisco Liébana Alonso, leonés, de León.
Dos nombres. Un mismo país: España.
El mismo barco ( ¡ el mismo barco!).
1913  o 1914 el año.  Tres días en Buenos Aires en una pensión.
Y subir a un tren
Y bajarse en la última estación : Toay.
Y al ritmo de jota conocerse en una fiesta en el Prado Español y unirse para siempre.
Dos nombres para tejer una historia en ésta tarde de verano, con una Vicenta íntegra, pese a todos los latigazos de la vida.
Ochenta y ocho años. Y las mismas convicciones, y la misma energía y fortaleza para dar treguas, siempre.

El matrimonio Liébana primero habitó una casa ubicada en “ la esquina de atrás de lo de Losada” ( calle San Luis, esquina con la Escuela N° 5).Pagaban $ 10. Allí había un pozo.”Mi hermano tiraba todo al pozo. Yo por un agujero que habían hecho en el fondo me iba a lo de Losada. La abuela Losada me daba leche, masitas, pan y facturas. Después mamá me iba a buscar”.( La amistad con los Losada perduró en el tiempo.)

En un principio Don Liébana trabajaba en el almacén de Emilio González.
Doña Ramona primero “se ganaba la vida de sirvienta en Santa Rosa, en los de Echeverri, que tenían hotel. Después lavaba para afuera, para siete peones que trabajaban en el campo por $ 2”.

Posteriormente don Liébana comenzó a trabajar de mercachifle. “Llevaba de todo, menos ropa, a los campos en una jardinera tirados por dos mulas. Llevaba fruta, cerveza, pero después dejó de llevar cerveza  porque se emborrachaban y no pagaban. Se recorría los campos papá: Pichivilkú, Tabilkú, “La Vanguardia”.Allí papá hachaba leña. Lo querían mucho a papá, era muy bueno. Del campo traía pollos, huevos, leche , queso, salame para nosotros y para vender.”

Aproximadamente en 1925  adquirieron una propiedad y se fueron haciendo la casa.
( en lo que es hoy 13 de caballería al 801), rodeada de tamariscos.

Vicente relata: “Mamá siempre estaba aquí. Tenía su quinta, gallinas. Manaba este patio de gallinas. Pollos y huevos se los vendía a los ferroviarios. También criaba chanchos nunca salía. Papá era el que hacía las compras. Ella jamás pasaba la tranquera. Siempre trabajando. Estaba llena de perros y de gatos. Cuando pasaban por casa las chicas de Girelli para ir al colegio, ellas las esperaba con un racimo grande de uvas. Julia todavía lo recuerda. También pasaban las chicas de Capello. Había peras, manzanas. En la casa primero hubo pozo, después bomba, pero no daba para la quinta. Entonces papá necesitó comprar un molino. Fue al campo y compró un molino usado,(el mismo que aún está).Tenía ocho chapas y ocho piés.”.

-“Tengo en el comedor de mi casa de Buenos Aires
 una foto que la hice cuadro del molino. ¡¡Lo adoro!!”
( un sentimiento que se evidencia en la voz,
en la mirada,
que escapa de su piel
una y otra vez).

En ese entonces Don Liébana dejó de ir al campo. Siempre de changarín trabajó para  Zapico, Matías Gonzáles, Julio Diez.
Vicenta en ese tiempo ya acompañaba a su padre a Santa Rosa a vender los productos de la quinta: huevos, lechuga, cebolla…Don Liébana se dedicaba a vender los chanchos.  - ”Ciento diez kg. pesaban. Iban atados atrás del carro” .
“Cuando íbamos papá me tapaba porque la escarcha me quemaba. El se bajaba del carro y caminaba un poco para que los caballos no tengan tanto peso. ¡ él pesado…! Acordarte que antes estaba el médano ¡in-men-so!. Con el Negro González íbamos al Hotel “García”,la petisa. Ella nos convidaba con café con leche y facturas.¡¡Era tan rico para nosotros!! Nos peleábamos con el Negro por comer eso tan rico”. 


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