Por
la Huella del Tigre
Caminos
de Nahuel Payún

Boletín
cultural de entrega gratuita
(Edición
digitalizada)
•
TELEVISIÓN
VERSUS LECTURA
- Primera Parte
Leer es oponer, trasladar, sustituir,
crear mundos. La lectura tiene trascendencia
espiritual, nos invita a razonar e imaginar,
así se enriquece la vida personal
de cada uno de los lectores, permite
formarse una opinión y conservar,
en lo que atañe a los asuntos
públicos, un espíritu
crítico y constructivo.
En los últimos años es
notable la disminución de lectores
y el aumento de espectadores. La cultura
audiovisual fue sustituyendo poco a
poco a la letrada.
Desde hace unas décadas, la televisión
no solo ha usurpado los coeficientes
didácticos de la lectura sino
también obligado al espectador
a asumir una postura estática.
En efecto, frente al receptor, el ser
humano fija la cabeza y mira. Observa
imperturbablemente y nada más,
ya que el aparato le da todo hecho y
masticado. El individuo ya no coopera
dialogando con el autor de un texto
escrito, sino admitiendo lo que resuelve
un equipo de personas. Vale decir que
el goce y el deleite del relato o cuento
que le ofrecen por ese medio ya no es
el mismo, por ser puramente sensorial.
La mecánica de la lectura siempre
tuvo trascendencia espiritual, porque
insta a razonar e imaginar. Difiere
totalmente de la comodidad y la plenitud
de la televisión. El lector que
se concentra en el texto que lee, no
pierde la ilación y complacencia
que disfruta. En cambio, el telespectador
que acepta pasivamente lo que le brinda
la pantalla, se deja estar, se adecua
al tedio que produce y desplomada su
personalidad, se hunde en la modorra.
Todos conocemos -y padecemos- el apresuramiento
en vivir. Esta característica
de la vida moderna, resultante, en general,
de un predominio del interés
económico e individual sobre
las actividades. Pero, lo que es peor,
el vértigo de la hora actual
ha ido más allá de lo
que puede interesar a la economía
o a la industria, hasta avasallar el
pensamiento. Y, así, no podemos
evitarnos la angustia de ser testigos
de una de las más grandes crisis
de la humanidad: la crisis del espíritu.
Es necesario pagar tributo al progreso,
y es alto su precio. Sólo nos
salva la certidumbre de marchar por
un camino equivocado. Sin embargo, pese
a esa certidumbre que aumenta su angustia,
el hombre moderno difícilmente
elude la vorágine total. Se transforma
en una de las tantas piezas de ese mecanismo.
Y con igual rapidez con que se mueve,
habla, come y se debate, también
enciende la televisión que es
más cómoda porque resume
todo y lo distrae.
Gabriela
Ramírez
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