Por
la Huella del Tigre
Caminos
de Nahuel Payún

Boletín
cultural de entrega gratuita
(Edición
digitalizada)
La
Señorita
Voy
a tratar de narrar un cuento que alguien
me contó como una cosa real,
dice así "Yo viajaba a Comodoro
Rivadavia periódicamente, desde
Neuquén donde tenía mi
domicilio. Esporádicamente tenía
algún viaje para Comodoro, generalmente
de cereal. En uno de esos viajes en
mi camioncito, encontré un hombre
caminando a la vera del asfalto, y aunque
no era mi costumbre levantar caminantes
sin conocerlos bien, tuve la impresión
de que no era mala persona. Paré
el camión y lo invité
a acompañarme, ya que ambos íbamos
por el mismo rumbo. Aceptó el
hombre sin hacerse esperar, muy agradecido.
Se acomodó en la cabina que casi
nos resulta chica con sus paquetes,
y proseguí andando por la huella.
Me contó que vivía hacía
casi dos años con una viuda que
se llamaba Isolina, muy guapa y de mucha
fuerza física y espiritual, que
la conoció de pasada cuando llegó
por ahí para pedir un poco de
agua. Muy atenta me atendió,
me trajo un poco de agua y me preguntó
hacia dónde iba. Le dije la verdad,
que iba a Comodoro Rivadavia. Se sonrió
y me dijo que me sorprendería
la noche en mitad del camino, salvo
que encontrara algún gaucho con
buenos sentimientos, cosa casi utópica
por esos lares. Me preguntó si
quería quedarme y hacerle compañía,
que carecía de comodidades pero
si aceptaba me daría un lugar
provisorio en su cocina para pasar tranquilo
esa noche que lentamente se venía
aproximando. Bueno, acepté y
me quedé hasta ahora. Esa noche
nos contamos muchas cosas, ella sus
penurias y yo las mías que ciertamente
en parte eran análogas. Me contó
que su difunto marido lo único
que le dejó fueron unas cuantas
chivas y un caballo viejo y vichoco,
que al poco tiempo se murió de
flaco y de viejo, y de las chivas que
aún conservaba algunas. Aclaró
que de noche tenía que encerrarlas
porque los zorros y otras alimañas
le hacían mucho daño.
Dijo que para navidad y año nuevo
se allegaban los turistas a buscar algún
chivito tierno, y así podía
armarse de algún pesito para
ir tirando, llena de privaciones hasta
que el diablo o dios se acordara de
venir por esas soledades. La compañía
de mi relator había llegado a
su fin, llegamos a su hogar y salió
una señora muy amable, pero evidentemente
de carácter varonil (fuerte).
Nos despedimos y recibí la invitación
de costumbre criolla: llegue cuando
guste y muchas gracias señor.
A los dos o tres días volví
de mi viaje, pero no llegué porque
ya era casi de noche. De pasada alcancé
a ver que las chivas estaban encerradas
en un corral de piedra. Pasaron algunas
semanas seguidas sin ninguna novedad,
hasta que de pronto me salió
un viaje a Comodoro, y pasé por
la casa de mis circunstanciales amigos,
y entonces decidí llegar a saludarlos.
Salió la señora, parecía
muy contenta de verme de nuevo, me convidó
un sabroso cimarrón que no viene
mal por esas alturas, y de viaje. Charlamos
un rato de diferentes tópicos,
y en un ínterin me pareció
oportuno preguntarle por su compañero.
Cambió en el acto de actitud
y su rostro palideció visiblemente,
pero al punto se repuso y me dijo fue
hasta la ciudad porque precisábamos
unas cositas, ya estará volviendo,
por el camino lo va a encontrar. Agradecí
los mates y salí rumbo a Neuquén
pensando y mirando hacia todos lados
con la seguridad de encontrar al compañero
de Isolina.
Al poco tiempo dicen que llegaron unos
turistas a comprar algún chivito.
No encontraron a nadie, sólo
dos chivitas viejas y flacas, la puerta
estaba entreabierta y salía un
olor nauseabundo, los turistas comunicaron
a la policía y estos se trasladaron
al lugar citado. Inmediatamente comprobaron
que la Señorina dormía
en la eternidad y que tenía un
cementerio cerca del corral de las chivas.
¿El secreto? Se lo llevó
Isolina a su eterna morada.
| Portada
|
Contacto
|

|
Inicio
|
|
|