Por
la Huella del Tigre
Caminos
de Nahuel Payún

Boletín
cultural de entrega gratuita
(Edición
digitalizada)
•
Con sabor a nostalgia
Relatos del narrador anónimo...
Parte
Primera Ya
no quedan almacenes. Hoy se llaman despensas
o supermercados. Pero el almacén
impuso una "personalidad"
a una época comercial, que se
extendió por medio siglo o más.
A partir de la segunda mitad del presente,
comenzaron a languidecer. Todavía,
en algunos pueblos del interior de La
Pampa, queda alguno.
Construcción antigua; piso generalmente
de madera, sostenido por "tirantes"
también de madera que cruzaban
por debajo, de cimiento a cimiento,
dejando un espacio hueco; largos mostradores;
ventanas y puertas de dos hojas, angostas,
a las que los rigores del clima hacían
perder el color y consistencia; gruesos
picaportes de hierro o acero que se
levantaban y bajaban al abrir o cerrar;
cajones cerrados de madera, de amplias
tapas superiores, en los que se almacenaba
yerba, azúcar -terrones, que
ya no se ven-, porotos, sal -fina y
gruesa-, garbanzos, clavos, tornillos,
caramelos, arvejas... Comúnmente
el local tenía forma rectangular
o forma de ángulo recto si estaba
en una esquina. En él, el cliente
se proveía de algún fiambre,
queso, ropa -también solían
tener tienda-, botones, hilos, velas,
faroles, herramientas -palas, azadas,
martillos, tenazas, rastrillos, escobas,
sogas y cadenas-. En muchos casos, algunos
productores rurales podían vender
allí sus lanas, cueros o granos,
ya que también acopiaban "frutos
del país". El vino, el azúcar
y la yerba, se vendían "suelto"...
Es decir, que el comercio compraba por
cantidad -vino en barriles, yerba y
azúcar por bolsas-, y luego -envase
o balanza mediante-, se expendía
a la gente, en las cantidades solicitadas.
En el almacén se encontraba de
todo. De todo cuanto, en aquellas épocas,
primera mitad de siglo, era requerido
para el sustento o los "vicios"
(tabaco, papel de armar cigarrillos
o naipes).
Algunos de estos comercios, tenía
"Anexo despacho de bebidas".
Algunas mesas diseminadas para una partida
de "truco"... y entonces,
ya alcanzaba jerarquía de "boliche".
En su mayoría contaban con "sótano"
u otras dependencias, donde se acumulaba
la mercadería a "granel".
En este tipo de negocios, de movimiento
comercial importante y numerosa clientela,
no podía faltar el "corralón".
Allí, en compartimientos abiertos
o cerrados -o de ambas características-
se guardaban los cueros y los granos
o la lana, alambres, postes y varillas
para alambrar los terrenos o los campos,
y también se guardaba el carro
y el caballo -o alguna Ford A-, con
la que se hacía el "reparto"
a domicilio de los clientes importantes,
que adquirían mercaderías
en cantidad, o cuya antigüedad
en la transacción con la Casa,
otorgaba derechos a ser abastecidos
en sus propios hogares.
En Toay, de los que yo recuerdo por
vivencia propia-, florecieron "La
Casa Nueva", la "Casa de Paz"
y la "Casa Zapico".
De la casa Nueva -9de julio y Saénz
Peña- solo su esquina que era
el acceso principal, la persiana cerrada
de una de sus vidrieras y una ventana
que conserva su reja, sobre 9 de julio,
son hoy el único resabio de su
fachada. El resto, ha sido refaccionado.
Por otro lado, la casa de Paz -Saenz
Peña y Sarmiento-, está
igual, aún cuando cerrada desde
hace décadas. En cuanto a la
"Casa Zapico" -Sarmiento y
España- también ha sufrido
modificaciones.
En todas ellas trabajaron - en distintos
niveles de responsabilidades- distintas
personas, de los cuales recuerdo: por
la Casa Nueva, a Horacio del Campo,
Ignacio Chavarri, Bernardo Arroyat,
Sarita Ingrassia y Merenciano Maidana;
por la Casa de Paz a "Guito"
de Paz, al "Gallego" César
y al "Flaco" Agüera;
y por la Casa Zapico a "Tito Martínez,
Marciano Andrada y Juan Agüera.
Tal vez, hubo alguno más. Pero
solo hasta ellos alcanza mi memoria.
Conocía a todos ellos y la mayoría,
afortunadamente aún viven, aunque
algunos no ya en mi pueblo.
La estructura de los edificios era más
o menos similar, aún cuando unos
tenían sus paredes revocadas
por fuera, y otros no. Los ladrillos
estaban asentados en barro en su mayoría
-por esos tiempos, eran pocos los que
construían con cemento y cal-,
y además tenían cielorrasos
de madera o bien el techo de chapa quedaba
a la vista. Otra forma podía
ser que bajo la chapa, se colocaban
ladrillos sostenidos por tirantes de
madera. Una "mano" de pintura
a la cal, vista desde abajo, brindaba
al techo un aspecto más "jerárquico".
Además resultaba más fresco
en verano, al aislar la chapa, siendo
más templado el ambiente en invierno,
evitando el molesto "goteo",
que se produce en el metal como consecuencia
de la diferencia de temperaturas del
interior y el exterior.
Para pesar la mercadería, solían
utilizarse balanzas de dos platos: en
una se colocaba una pesa (o varias),
con la medida establecida, y en la otra
el producto reclamado por el cliente.
Alguno -como la Casa Nueva- vendía
combustible. Este comercio era agente
YPF. La nafta llegaba en tambores, y
el contenido era volcado en depósitos
subterráneos, al pie del surtidor
ubicado sobre el cordón de la
vereda. La tarea del expendio del combustible,
era manual, mediante una palanca de
bombeo. En la parte superior del surtidor
-de unos dos metros de alto-, estaba
colocado un depósito de vidrio
que al llenarse, se hacía descargar
en el recipiente o vehículo al
cual había que abastecer, y la
operación se repetía tantas
veces fuera necesario, hasta completar
el cupo de la venta o litros solicitados.
Los almacenes "fuertes" poseían
caja registradora. Otros, solamente
un cajón donde se guardaba el
dinero, y con el cual se realizaban
las operaciones "de contado"
del día. Al mediodía o
al cierre, se efectuaba el "recuento
de la plata", que se entregaba
en la oficina administrativa o "escritorio",
como se usaba llamarlo.
En los comercios en donde solamente
trabajaba el dueño y su mujer
o sus hijos, las anotaciones iban a
un cuaderno común, o se anotaba
en papeles sueltos.
Las estanterías -que eran de
madera- estaban abarrotadas de distintos
productos.
Las cuentas se arreglaban -en el caso
de los clientes rurales-, a fin de año,
después de las cosechas... o
cuando quedara bien. No había
problemas de inflación, de cuentas
bancarias, ni de especulaciones a las
que hoy estamos acostumbrados... La
plata valía siempre igual...
Y la honestidad y la palabra eran más
garantía que en estos momentos
un documento o un contrato.
Dentro de este tipo de comercios, todo
era calmo y abúlico. Solo se
alteraba por la presencia circunstancial
de algunos personajes muy característicos,
cuya jocosidad o especial forma de ser
y de hablar, modificaban la "beatitud"
del clima que se respiraba habitualmente.
Al cierre de horario -como en el caso
de la Casa Nueva-, pesadas persianas
de chapa acanalada transversalmente,
caían hasta el suelo, previo
ruidoso descenso. Por una pequeña
puertita, a la que se aseguraba con
llave, se introducía al interior
-o salían al cerrar-, los encargados
de clausurar o habilitar la jornada
de trabajo.
Casi todas las veredas eran de tierra.
Pocas de ladrillo. Sobre el cordón
-o por donde este supuestamente debía
estar-, añosos árboles
-comúnmente paraísos-,
regalaban su sombra en el estío.
Un número importante de clientes
-de almacenes y "boliches"-,
concurría a caballo o en carruajes
(sulkys, carros o "chatas rusas"),
a efectuar sus compras, o a pasar un
rato de ocio y compartir alguna copa
o una partida de naipes. Durante la
espera, los animales eran asegurados
a palenques o a argollas aseguradas
al piso, o bien a la rama o tronco de
las distintas especies vegetales con
que las calles se encontraban flanqueadas.
Los más precavidos además
de atar al animal por las riendas, colocaban
maneas en sus manos. En especial, si
el "pingo" era un tanto "asustadizo"
o nervioso.
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