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 Toay- Mayo -2006

Cosas de locos Por Rodrigo Fernández - Córdoba

Por entonces algunos presuntos cuerdos le llamaban el Loco Patricio, pero la justicia de la memoria popular termina invariablemente por ubicar a los hombres en su circunstancia, en su tiempo, en su lugar. Resulta gratificante que nombrar a Patricio hoy, a secas, en Toay recrea un presente de afecto colectivo alimentado por la evocación de un personaje que caminara sus calles desplegando inocencia en cada uno de sus actos.
Por entonces, mi esquemática adolescencia sujeta a un medio tradicional, lo envidiaba en secreto. Yo no era capaz de montar en pelo con una soga atada al cogote de un caballo y salir disparado hacia los médanos, con el torso desnudo y toda la libertad desenvainada.
Yo no me animaba a entrar en la cuadra de la panadería para aspirar el aroma del pan recién horneado y mezclarme entre los hombres, con gorros de papel y en camiseta, blanqueados de harina, a pesar de que Don José Lozada me amaba y me regalaba unas enormes tortas negras. En cambio Patricio se movía como uno más dentro de este ámbito fascinante, al que yo contemplaba desde afuera.
Para mí, Patricio resultaba la imagen del desenfreno útil, del libre albedrío sin cortapisas ni ataduras, de la vitalidad joven capaz de tirar de la jardinera de reparto por el corralón reemplazando a un caballo.
Posiblemente existan múltiples referencias sobre él entre quienes siguieron la vida en el pueblo. Por mi parte dejé a Patricio joven, con mucho camino por delante en aquellos días.
La última vez que lo vi, años después, estaba parado en la esquina de la plaza vestido de traje, corbata y zapatos... algo insólito para mis recuerdos. Me costó reconocerlo. Lo encontré envejecido, como encogido por el apriete del tiempo, tal vez por alguna enfermedad o por la vida, simplemente.
Prefiero recordarlo con aquella visión de tipo entrañable, querible, desenfadado, profundamente libre... frente a la cual poco importa si los mecanismos de un cerebro circulan por tales o cuales carriles.
Es un motivo de infinito orgullo ver la imagen de Patricio reproducida en un almanaque y me suscribe humildemente al afecto de la memoria colectiva de la gente de Toay que ha escrito una historia de amor, nada más y nada menos, inspirada en un vecino del pueblo presuntamente loco pero definitivamente inolvidable.-






 

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