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 Toay- Julio -2006

La vida de los muertos Por Miguel Ángel Rodríguez

H. P. Lovecraft,
a tu memoria.

.i.
Visitar cementerios es una tarea lúgubre, emparentada con el amor a los muertos (necrofilia). Así pensaba mientras el motor del cascajo giraba, giraba y no encendía. ¡Qué cascarria! Fierros, combustible y maldiciones.
ii.
¡Al fin! Casi dos horas después del primer intento: humo, bastante humo escupido por el catango. Caliento el mazacote de pistones y cilindros, comprobando el pésimo estado del conjunto, y salgo, rumbo a la necrópolis de Toay.
iii.
Al rato de escuchar ruido, derrochar combustible y disfrutar poco, mis pies caminan las cercanías de la buscada ciudad de los muertos.
Observo, en principio, la distancia entre las civitas. Difuntos y vivos, compartiendo un mismo planeta, viven en mundos diferentes. En algún lugar leí algo sobre ciertos criterios de salubridad. Esto explicaría las distancias. La urbe de los vivos allí, al norte, y la de los muertos aquí, donde estoy parado, un tanto al sur de, por ejemplo, nuestra ciudad capital. Sin embargo, los criterios higiénicos no explican totalmente el sisma. Máxime al pensar en el muro invisible separador de ambos espacios, sellando distancias. Mi mente puede ver una verdadera expulsión: cada vestíbulo geográfico se excluye mutuamente, consagrando trabas mentales, mitos y rituales.
Los aires excluyen y dividen, alimentando la imagen arcaica y permanente de un mundo bipolar y segmentado. Con equinoccios o asimetrías, poco importa. Marginando igualdades o diferencias, la división sobreimprime.
Traspasando el muro mental, un anillo: el cierre del cementerio queda encargado a un tapial o muro visible de escasa altura. En realidad, el tamaño no importa. Basta con su presencia, aunque sea insinuada. Es la imago disuasoria. No interesa si el anillo o tapial –icono de cierre- es magnífico, insignificante o dorado. Interesa su esbozo. Serviría, incluso, solo su trazado. En la mentalidad mágica un suspiro puede derribar mil adobes y volver líquido al oro más duro del Rin.
La ciudad de los muertos no esta conjurada sólo en el plano horizontal (mediante anillo y muro). El puente entre el submundo y los cielos también está custodiado. Varios pinos sirven de axis, monopolizando los flujos y viajes entre las tierras ocultas del inframundo –morada de los enterrados- y las panaceas celestiales. El contacto entre cielo e infierno está en manos de esas escaleras arbóreas, protagonistas directas de la caravana psíquica y oculta.
Esos pinos están ahí, imponentes, disuasivos, garantizando el aislamiento correcto entre vivos y muertos. Los habitantes de necrópolis no deben transgredir los muros y sólo han de viajar verticalmente. El mensaje es claro: infierno, cementerio y cielos.
A pesar de la imponencia simbólica del muro-anillo y de los pinos-puente, logro superar mi temor inicial. Con la dificultad sagrada de quien ingresa en un ámbito señalado, muevo quejosamente mis pies y traspaso los límites.
El interior de la necrópolis toayense es imponente y sereno. Existe una vía central, y el espacio esta prolijamente dividido. Uno puede percibir fácilmente la religiosidad de las áreas. Es difícil localizar un sitio profano. Múltiples superficies, texturas, materiales y diseños nos hablan de un pagus religiosus construido por el homo faber y religiosus. Un pagus espiritual, inalámbrico y etéreo, con importantes tradiciones y costumbres precristianas, paganas y cristianas. Todas ellas, la mayoría de las veces, bien entrelazadas.
Incluso puede verse, en un margen, la impronta musulmana. Intento localizar algún símbolo hebreo pero en el intento fracaso.
A lo largo del precario recorrido mi psique queda impactada por la monumental presencia de algunas bóvedas enigmáticas. Pude ver cierta edificación con techo de vidrio coloreado, una vidriera. Esto es altamente significativo, pues permite el ingreso de luz al interior. La mayoría de los muertos son ocultados de la luz, en concordancia con antiguas creencias vinculadas a cultos solares. Tras la muerte, las personas eran enterradas a fin de poder ser naútes en otros mundos, diferentes al nuestro, sin presencia de luces o claridades.
En el plano de la weltschaaung, esta es una de las posibles explicaciones a entierros, ataúdes y sarcófagos. Todas estas prácticas y elementos encierran al muerto, al tiempo que lo aíslan de la luz de los vivos, incorporándolo decididamente al espacio y vivencia de los muertos. Por eso es inquietante la presencia de un vitral por cierre superior de una bóveda. Podría interpretarse como un deseo de purificar a los difuntos o de garantizar la presencia de la voluntad divina. Recuérdese la representación, con el advenimiento de la Edad Moderna, del poder divino a través de rayos y líneas doradas. En realidad, esta tendencia fue cuidadosamente empleada por los egipcios, hace más de 3000 años.
Otra de las construcciones fascinantes está bien adentro, en el ala occidental. Se trata de una bóveda antigua, bastante deteriorada. A simple vista su apariencia se confunde con el entorno. Pero, cuando alzo los ojos la sorpresa me embriaga. Calaveras surcadas diagonalmente por tibias se encastran en los muros, constituyendo verdaderos mensajes destinados a vivos y difuntos. Puedo interpretar, sin mucho esfuerzo, el mensaje de semejantes obras. Evidentemente indica la presencia de la muerte, una muerte tras las paredes. El símbolo, al mismo tiempo, define, encapsula y encierra. Es el mismo espíritu de la necrópolis, pero magnificado y engrandecido: hay límites, y los límites no deben transgredirse. Una segunda lectura –más subjetiva que las demás- me muestra, de pasar los muros, muerte y castigo: metamorfosis.
Me alejo de esa tenebrosa construcción, con mi psique inyectada en la dialéctica de un símbolo propio del corso y la rapiña, incrustada en una suerte de mastaba netamente cristiana. Quizá devele la muerte necesaria en la vida, o la inexistencia de cambios y revoluciones sin muerte. Pienso en el salvador ungido (etimología de JesuCristo, título de origen hebreo), bañado por el óleo divino, y su terrible fin en una cruz semejante a un árbol mutilado.
Camino entre cruces regadas por el suelo. Mayoritariamente son de hierro. Las hay antiguas, humildes, enroscadas, de corazones engarzados, con círculos y hasta encastrando fotografías. Son los sellos del entierro verdadero. En esta peculiar circunstancia de la vida denominada muerte, la comunión genuina entre homo y terra puede verse en el suelo brotado de cruces. Algunas piezas son obras artesanales de gran calidad. Puedo imaginar el esmero del herrero. No es para menos. Los cristianos ahí enterrados sólo tendrán la protección espiritual de estas cruces. Sólo ellas, y su poder apotropaico, acompañarán al difunto en el mundo tripartito de muertos, vivos y pneuma.
iv.
Desconcertado por el maldito reloj, y su poco beneplácito horario, camino al auto. Mi mente se enmaraña en análisis entrecortados por la esperanza desarticulada por un motor de arranque sucio, encajado en un cuatro cilindros viejo y detestable.
Aún no entiendo como arrancó. Minutos después, mientras la noche iniciaba su transcurso, me dirijo a casa, secuestrado por pensamientos amorfos y desquiciados sobre la paz, los hebreos y el espiritismo.
Ya no creo en el requiescat in pace (frase latina poderosa, significa descanse en paz). Es solo una expresión de deseo propia de los vivos. El muerto no descansa en paz. Los pinos, asimilables a puentes o escaleras, nos hablan de un mundo de viajes, desplazamientos y aquelarres.
Mientras aprieto el volante, me permito volver –mentalmente- a la bóveda de techo vidriado, recordando las alturas por sobre la puerta. El escalofrío me embriaga. Dos seres mitológicos, con picos vomitando fuego, custodian el paso. Cuasi quimeras, me fascinan las alas, y esas pequeñas flores... pueden confundirse con soles. Vuelvo a pensar en sellos y envoltorios. Religiosamente, desde Egipto hasta el Perú incaico, las aves se asocian a la espiritualidad. En este sentido, la bóveda en cuestión es altamente significativa. La luz ingresa por el techo, purificando el interior. Pero, la luz también enmascara, rodeando el revoque exterior. Estos fabulosos seres aéreos, con sus fuegos lanzados, refuerzan la limpieza luciferina. El envoltorio de luz no sólo purifica, también encierra. Y mi mente, ya cansada, piensa lujuriosa en un encierro cercano al castigo.
Aturdido, me aparto del camino. Busco un papel y copio con rapidez: Se hace evidente –y necesario- preparar alguna futura incursión cognoscitiva con el objetivo casi excluyente de encontrar tumbas, cenotafios, bóvedas o monumentos con elementos hebreos y espiritistas. También deberán estudiarse las bóvedas musulmanas, al igual que el sentido de su especial ubicación.
Enciendo nuevamente el motor, y manejo hasta casa. Ha sido un día largo, preñado de pensamientos oscuros, clandestinos y confusos. Debo descansar, despoblar mi mente de enigmas morbosos y crueles. Más necrópolis esperan.


Glosario
Advertencia: la mayoría de las palabras siguientes poseen, en la lengua original, muy diversos significados. Por ejemplo, Civitas significa ciudad, comunidad, emplazamiento, etcétera. En este ínfimo glosario sólo figura un significado, dos a lo sumo. El lector sabrá disculpar el forzado recorte.
Palabras de origen griego:
Naútes: marinero, navegante. Traducido al latín (nauta) puede interpretarse como hombre del agua o del mar.
Pneuma: aire, aliento.


Palabras latinas:
Axis: eje.
Civitas: ciudad.
Faber: artesano.
Homo: hombre. Combinada con otras palabras puede significar lo mismo (homogéneo: relativo a un mismo género)
Imago: imagen.
Pagus: Así se denominaba, en la antigua Roma, a cierta circunscripción territorial. Nuestra palabra pago deriva del vocablo latino pagus.
Religiosus: religioso, re-ligado.
Terra: parte de antiguos latifundios. Hoy puede traducirse como tierra.
Via: camino.

Palabras alemanas:
Weltanschauung: cosmovisión










































 

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