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 Toay- Agosto -2006

Con sabor a nostalgia Decimosegunda parte


A mediados de la década del 50 más o menos, comenzó un servicio de trenes diurnos. El tren que llegaba a Toay en las últimas horas de la tarde y se llamó El Puelche.
Nuestros padres solían mandarnos, tras la llegada del convoy (muy ruidosa, por cierto), a buscar el diario. Esa circunstancia era aprovechada por nosotros, especialmente en invierno cuando ya estaba oscuro, para cometer alguna tropelía. Es que lindando a un terreno baldío (hoy hay un barrio de viviendas), en uno de los fondos del negocio de Darrupe, existía un torre a la que llamábamos El Palomar por la gran cantidad de palomas que albergaba. Armados con nuestras infaltables hondas, sin ver siquiera las presas, disparábamos al rumbo donde presumíamos que las aves se encontraban durmiendo. Los ruidos de las piedras chocando en las paredes y travesaños del interior del palomar, provocaban el estruendoso aleteo y el vuelo temeroso de las palomas. Eso, sumado a que alguna piedra perdida caía sobre el techo de chapa de la casa o el negocio, completaba el cuadro previo a nuestra veloz carrera esquivando renuevos y sorteando de un solo salto el alambrado de la calle. Pies en polvorosa, nuestra fuga se detenía llegando a la agencia de diarios, tras cruzar a la mayor velocidad posible la esquina del boulevard, cuyo alumbrado podía denunciar nuestra presencia.
El ferrocarril Sarmiento o del Oeste (de allí el nombre al barrio, ubicado paradójicamente al este de Toay) cubría la línea Toay – Once. El tren arribaba al mediodía. Sus máquinas a vapor arrastraban el vagón carbonero, el postal, los de segunda (con asientos de pinotea), los de primera, el comedor y los camarotes. Tres días a la semana – y ya desaparecida la otra estación del ferrocarril Roca o Sud -, el Roca aguardaba su llegada en la vía adyacente; así era posible hacer la combinación de los viajeros que, viniendo por la línea del Sarmiento, necesitaban trasladarse a otras localidades ubicadas en la línea a Bahía Blanca, donde éste último arribaría. Durante unos cuarenta años, Toay tuvo dos estaciones ferroviarias. La otra, la del Roca, se encontraba en el actual complejo recreativo. Como se la denominaba del Sud, por extensión ese barrio de mi pueblo (ubicado paradójicamente hacia el oeste) recibe el nombre de Sud o Sur. Si usted, querido lector, no conoce Toay y se encuentra con estos dos barrios con semejantes denominaciones, no vaya a creer que a los toayenses se nos han dado vuelta los puntos cardinales…, la explicación es la que aquí ofrezco, ¡caramba!
En un pueblo sin mayores ruidos y muy calmo, por esos años era muy fácil saber del arribo o salida de los trenes, pues su pitar alertaba a toda la comunidad. Por eso se sabía si llegaba o salía a horario, si venía desde Buenos Aires o Bahía Blanca, o hacia cuál de esos destinos partía.
Los cargueros circulaban habitualmente. La leña y los productos agropecuarios se cargaban y fletaban por el ferrocarril., ya que no existían rutas pavimentadas que permitieran el uso de camiones; además, no los había para este tipo de tareas a grandes distancias. Aun cuando contaran con acoplados, su tamaño y potencia no hacían que fuesen rentables.
Por aquellos años, era muy común ver al embarcadero encerrando hacienda, tanto lanar como vacuna; los arreos fluían continuamente, y por las noches el aire se poblaba de mugidos de vacas y balidos de ovejas, que en discordante sinfonía preanunciaban que pronto se efectuaría un traslado de hacienda por el ferrocarril. Por este medio, la riqueza fundamental de esta zona sufrida y dura, partía hacia los mercados importantes.
Los galpones, por su parte, almacenaban las estibas de bolsas de cereal, también a la espera de partir hacia los puertos terminales. Puliendo el acero de los rieles, máquinas y vagones viajaban por el inmutable camino, herencia de un trazado sajón nunca revertido.
Por esa época, el jefe de la estación Sarmiento era el señor Jorge; y su auxiliar, muy conocido y recordado, era Villarino. En el barrio Oeste se hospedaban guardas y maquinistas. Varios recalaron en Toay cumpliendo diversas tareas, se afincaron en el pueblo y formaron sus familias; a modo de ejemplo – no son los únicos casos – menciono a Fleuri, Minardi y Tejerina.











 

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