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 Toay- Agosto -2006

Los alrededores  

Félix San Martín recorre hacia fines del siglo XIX, los escasos pueblos fundados en el Territorio de la Pampa Central. Producto de su viaje, edita en 1.899 el libro A través de la pampa. Entre la abundante información referida a Toay, hallamos esta curiosa reseña en la cual describe, con aires poéticos, las características del paisaje que rodea a nuestro pueblo.

"La faja de monte que envuelve a Toay tiene tres leguas de largo por una de ancho, proporcionando leña y madera de construcción a los pobladores del lugar, y aún a algunos pueblos de la provincia de Buenos Aires, para donde se exporta.
Algarrobos y caldenes gigantescos se apiñan formando los más extraños cuadros con sus ramas torcidas, como si se disputaran el triunfo en una última convulsión de ira. Aquí un tronco vetusto que presenció mil bárbaras escenas del indio, se levanta victorioso de todos sus vecinos, ostentan-do en su copa deforme la señal inequívoca de los siglos que sobre él gravitan, allí un algarrobo entrelaza sus ramas con las de un caldén que a pesar de tener destruido parte del tallo por las llamas del incendio que produjera el rayo o el indio en su lucha desesperada por contener el avance de los batallones, florece y da su fruto que ha de servir de forraje a la mansa oveja que trisca distraída...
Allá, en un abra, crece el tierno alfilerillo; acá, en lo más en-marañado de la selva, se retuerce el chañar amenazando con sus largas espinas; y en la cuesta, donde la caída forzosa de las aguas ofrece riego seguro, el alpataco intenta en vano levantar su copa ancha, extendida, revuelta como la melena de un monstruo que tuviera diez mil veces más cabeza que cuerpo. El piquillín y la jarilla, el uno cargado de su sabroso fruto, la otra luciendo sus elegantes flores, matizan el paisaje dándole animación y vida. Y por los huecos que dejan las ramas y las hojas, penetran rayos de sol que forman los más raros cambiantes al reflejarse ora sobre el limbo verde, ora sobre la arena o bien sobre la hojarasca que cruje bajo la huida precipitada de la iguana.
Debajo de alguno de estos caldenes seculares, el espíritu del hombre culto se abisma en reflexiones filosóficas. La soledad del lugar, los mil extraños ruidos que llegan desde lejos repercutiendo de médano en médano, de valle en valle, de árbol en árbol; la voz de la selva, ese ambiente de misterio que se respira, todo se agrupa, se apiña, se aprieta y llega al pecho haciendo difícil la respiración, despertando un extraño temor, temor indefinible porque no se sabe a qué se teme, y sin embargo, el miedo contrae el corazón, como si le tomara con una garra poderosa, como si le comprimiera entre mil planchas de acero. Se quiere aislar lo que atemoriza, para saber de qué se teme, y llegan los ecos en tropel trayendo la confusión y el espanto, que inmovilizando el cuerpo, pasa luego para que el espíritu reine soberano sobre la materia y pueda gritar: esqueleto cobarde ¿de qué tiemblas?; hay un momento de lucha interior, sorda, encarnizada, de la bestia que intenta huir y de la mente que le dice: no te muevas, quédate a soñar conmigo, y en la espesura de la selva, bajo uno de aquellos caldenes seculares, se sueña en cosas grandes: en la naturaleza y sus misterios, en la vida, en la patria y sus destinos... Luego se aspira con fuerza el aire de la pampa, un hálito salvaje recorre todo el cuerpo, impregnándolo de un no se qué de grande, y al salir de la selva se ha convencido de la dualidad humana.¿Persiste en ultratumba? He ahí el eterno problema".-




 

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