Julia Girelli vda. de Marzo
Fuimos a su encuentro.
Julia nos esperaba después de su siesta acostumbrada.
Su figura diminuta se percibió desde lejos.
(Aunque al lugar no lo conocíamos enseguida lo sentimos familiar.)
Su mirada es clara, serena. Su rostro pequeño dibuja bellas facciones que no denotan el paso del tiempo.
Su breve figura perpetúa el ritual del dolor por el amor que se fue: desde hace 45 años se viste de luto, fiel a las costumbres, fiel a sí misma.
Dice no recordar nada, nada… pero en la tarde templada, surgen recuerdos, leves, como la brisa que no se anima a invadir este día de primavera anticipada.
- Nací en Italia, en Cremona. De allí me vine con mis padres de chiquita. Nací en 1923.
Y dice no recordar nada… Seguimos caminando por el patio bajo una parra que destila años en sus retorcidos troncos (hay aroma a limpio de campo).
- Mi padre fue bolsero, en el ferrocarril.
También mercachifle. Tenía una jardinera y con ella se iba al campo con mercadería.
El patio guarda, en un costado, un fragmento de la historia de Toay: vestigios firmes del que fuera el primer Destacamento Policial del Toay pre fundacional. Tamariscos añejos confirman la escena que se nos bosqueja en la mente.
Paradojas de nuestro tiempo: siguen en pie una fortaleza de adobe y paja… en estos tiempos… en una casa que supo de progresos… pero también de conciencia intuitiva de patrimonio histórico tan carente en la sociedad de hoy, que todo lo niega, ocultándolo, derrumbando, despojando inútilmente la esencia misma del terruño, de nuestra patria chica tan grande en el corazón de quien siente su suelo como parte de su ser.
No hay descuidos innecesarios, solo los del paso del tiempo.
- Siempre mantuvimos esto, siempre.
Recorremos el lugar. Hay huellas tatuadas en el barro, señales de un pasado que sabemos necesario para re-encontrarnos con esa historia tan primaria para conocernos, para edificar nuestra historia y saber de sus aciertos y de sus errores.
Seguimos con doña Julia en ese patio al que dedicó tantas horas. Y ante la pregunta responde:
- Mamá siempre estaba en casa. ¡Qué respeto con los padres en aquellos tiempos!, casi no hablábamos y no les hacíamos muchas preguntas… Poco me contaron de sus vidas
o yo no me acuerdo nada.
Se emociona al recordar a su esposo, la voz se recorta y cuando logra hablar se le humedece la mirada:
- Murió del corazón. ¡No se cuidaba! Era mi compañero.
Con su amor tranquilo seguimos por el patio.
- Siempre hay algo que hacer en el campo, no se termina nunca.
Retornamos una vez más a la infancia:
- Fui a la escuela Nº 5, mis hijos y mis nietos también.
No recuerda nombres de maestras ni compañeros, pero sí recuerda a la Sra. Chabela Brown.
- Por acá vivían los Chirichi, los Miskof…
El reloj de la tarde casi no camina. Vamos de un lugar a otro. Cada sitio despierta algún recuerdo para los que andamos desempolvando la nostalgia.
El sol está urdiendo su legendario designio: arrojarse, naranja, redondo, tras un horizonte incierto.
Nos vamos. (La despedida es cálida).
Un gran aprendizaje: La imagen de una familia, tres generaciones cobijando un lugar, valorando lo sublime de la tierra, madrugando días, madurando soles, y cumpliendo las rutinas necesarias hasta que surja la noche.
Y volver a empezar ganándole al alba.-