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Toay- abril -2008




OLGA OROZCO de "MUTACIONES DE LA REALIDAD" 1979

 

Rehenes de otro mundo

A Vincent Van Gogh, a Antonin Artraud, a Jacobo Fijman.

Era un pacto firmado con la sangre de cada pesadilla,
una simulación de durmientes que roen el peligro en un
[ hueso de insomnio.
Prohibido ir más allá.
Sólo el santo tenía la consigna para el túnel y el vuelo.
Los otros la mordaza, las vendas y el castigo.
Entonces había que acatar a los guardianes desde el fondo
[ del foso.
Había que aceptar las plantaciones que se pierden de vista
[ al borde de los pies.
Había que palpar a ciegas las murallas que separan
[ al huésped y al perseguidor.
Era la ley del juego en el salón cerrado:
las apuestas a medias hasta perder la llave
y unas puertas que se abren cuando ruedan los últimos
[ dados de la muerte.
Y ellos se adelantaron en un salto hasta el final,
con sus altas coronas.
Quemaron los telones,
arrancaron de cuajo los árboles del bosque,
rompieron hasta el fondo las membranas para poder pasar.
Fue una chispa sagrada en el infierno,
la ráfaga de un cielo sepultado en la arena,
la cabeza de un dios que cae dando tumbos entre un rayo
[ y el trueno.
Y después no hubo más.
Nada más que las llamas, el polvo y el estruendo,
iguales para siempre, cada vez.
Pero esa misma mano mordida por la trampa rozó la eternidad,
esa misma pupila trizada por la luz fue un fragmento del sol,
esas sílabas rotas en la boca fueron por un instante la palabra.
Ellos eran rehenes de otro mundo, como el carro de Elías.
Pero estaban aquí,
cayendo,
desasidos.-

Continente vampiro

No acerté con los pies sobre las huellas de mi ángel guardián.
Yo, que tenía tan bellos ojos en mi estación temprana,
no he sabido esquivar este despeñadero del destino
[ que camina conmigo,
que se viste de luz a costa de mi desnudez y de mis duelos
y que extiende su reino a fuerza de usurpaciones y rapiñas.
Es como un foso en marcha
al acecho de un paso en el vacío,
unas fauces que absorben esas escasas gotas de licor
[ que dispensan los dioses,
un maldito anfiteatro en el que el viento aspira el porvenir
[ de la heroína
y lo arroja a los leones
-su oro resonando al caer, grada tras grada, con sonido de
[ muerte,
como suena el recuento al revés de toda gracia-.

Pegado a mis talones,
adherido a mis días como un cáncer a la urdimbre del tiempo,
tan fiel como el país natal o el sedimento ciego de mi herencia,
no sólo se apodera de mis más denodadas, inseparables
[ posesiones,
sino que se adelanta con su sombra veloz al vuelo de mi mano
y hasta se precipita contra el cristal azul que refleja el
[ comienzo de un deseo.

A veces, muchas veces,
me acorrala contra el fondo de la noche cerrada, inapelable,
y despliega su cola, su abanico fastuoso como el rayo de
[ un faro,
y exhibe uno por uno sus tesoros
-pedrerías hirientes a la luz de mis lágrimas-:
la casa dibujada con una tiza blanca en todos los paraísos
[ prometidos;
los duendes con sombreros de paja disipando la niebla
[ en el jardín;
pedazos de inocencia para armar algún día su radiante cadáver;
mi abuela y Berenice en los altos desvanes de las aventuras
[ infantiles;
mis padres, mis amigos, mis hermanos, brillando como
[ lámparas en el túnel de las alamedas;
vitrales de los grandes amores arrancados a la catedral de la
[ esperanza;
ropajes de la dicha doblados para otra vez en el arcón sin fondo;
las barajas del triunfo entresacadas de unos naipes marcados;
y piedras prodigiosas, estampas iluminadas y ciudades como
[ luciérnagas del bosque,
todo, todo, sobre una red de telarañas rojas
que son en realidad caminos que se cruzan con las venas
[ cortadas.

No hablo aquí de ganancias y de pérdidas,
de victorias fortuitas y derrotas.
No he venido a llorar con agónicos llantos mi desdicha,
mi balance de polvo,
sino a afirmar la sede de la negación:
esta vieja cantera de codicias,
este inmenso ventisquero vampiro que se viste de luces con
[ mi duelo.

Y yo como una proa de navío pirata,
península raída llevando un continente de saqueos.
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