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Toay- Septiembre -2007

Relatos... por Zulema de Ormaechea - De "Recuerdos del ayer pampeano"z

 

Chacareros en La Pampa

A la generación de hoy día tal vez le resulte difícil comprender el éxodo de los colonos de la provincia de La Pampa, pero los que vivimos cerca de ellos desde el año 1.925 en adelante, bien conocemos su pobreza y sus zozobras ante los fenómenos naturales que Dios mandó sobre esta tierra, el desamparo en que los tuvo el gobierno y la indiferencia total de los terratenientes y administradores.
Fueron aquellos años en que parecía que Dios se olvidaba de la tierra. Azotada por pavorosas sequías, arena, vientos, heladas... Y se quebró la heroica resistencia de los chacareros de La Pampa: algunos se fueron a ciudades cercanas, otros directamente abandonaron el Territorio Nacional en busca de nuevas esperanzas.
Poco después de iniciado cada año, los chacareros roturaban la tierra con arados de rejas tirados por caballos que había que mantener todo el año. Luego, tendrían que esperar que lo sembrado diera su fruto a fin de año para poder subsistir. Durante esos diez meses, no tenían más remedio que recurrir a los almacenes de ramos generales para cubrir sus necesidades a cuenta de la próxima cosecha.
Durante el año harían falta alpargatas, bombachas, yerba, azúcar, arroz; en las casas, artesanalmente se hacían el pan, los fideos, el jabón, los candiles con vela de pabilo; las escobas, con las ramas de una planta que crecía en terrenos salitrosos llamada cachiyuyo blanco o bien con ramas de tamariscos; con la lana que las señoras hilaban a mano, se hacían las medias y la ropa de abrigo; con las plumas de los gansos que se criaban en los gallineros, se hacían los cobertores.
Cultivaban las hortalizas, dejando siempre un lugarcito para el girasol que luego comían tostado, al igual que las semillas de zapallo, ricas y oleaginosas. Si la cosecha de trigo fallaba, hacían trueque con otros cambiando un cerdo, un ternero o una potranca por alguna bolsa de trigo, que luego de ser molida en un molino harinero, les daría la harina para hornear pan y tortas todo el año y el arrecho para los animales. Luego, se facturaban los cerdos (las carneadas) y se aprovechaba de ellos hasta el estiércol encontrado en sus intestinos para abonar la quinta.
Como verán, era bastante gravosa la vida del chacarero y su familia, y si fallaba la cosecha... ¿¡cómo pagar la cuenta del almacén!? Entregando alguno de sus escasos bienes y empobreciéndose cada vez más. Si la cosecha era buena, se pagaba lo que se debía, se gastaba en alguna cerveza de más y a seguir de nuevo... por el Vía crucis de siempre.
Algunos optaban por comprar una casita precaria en los alrededores de Santa Rosa y allí trabajar de sereno en algún corralón, o con la experiencia ganada por la necesidad, compraban una fragua y una bigornia para montar una herrería bajo la enramada hecha en la nueva casa. Otros, con un serrucho y un cepillo hacían de carpinteros, mientras todos mandaban a sus hijos a la escuela. Quién sabe qué sería hoy de sus descendientes si sus mayores no hubieran tomado esa decisión. Otros se fueron para siempre de la Gobernación de la Pampa Central, buscando nuevos horizontes que le permitieran una mejor calidad de vida.-

Primer médico en Toay

Correría el año 1.908 cuando un joven médico dejaba las comodidades de su hogar y de su consultorio en Santa Rosa para visitar los enfermos de Toay. Contaba para ello con una liviana volanta con elásticos y capota. Así, sin más compañía que la de su maletín profesional, desafiaba las inclemencias del tiempo y los medanales del camino para brindar alivio a sus pacientes, y más de una vez, salvar alguna vida de las garras de la muerte. Este médico se llamó Lucio Molas.
Mientras él no estuvo, solamente atendía a los enfermos el boticario don Guidi, que siempre iba vestido de traje negro y con una gran cadena de oro que, asegurada a un botón de su chaleco, le atravesaba el pecho para dejar en el bolsillo el reloj (también de oro), con cuyo minutero controlaba los latidos del corazón de sus pacientes. Era el terror de los niños de entonces, porque ninguno de sus pacientes se salvaba de su eficaz remedio para todos los males: una buena purga. Agua caravana..., dos días de dieta..., retorcijones de barriga y… ¡al baño!
No sé si el doctor Molas se encariñó con la gente de Toay o si fue una epidemia de tifus que ya se había presentado en una quinta de la zona norte de la localidad amenazando con atacar al resto de los habitantes, lo cierto es que el galeno se instaló en el pueblo. Fue el primer médico y tuvo su consultorio en la actual calle Roque Sáenz Peña. Después hizo construir una casona de dos pisos que aún hoy se mantiene sólida y bella sobre la calle Balcarce, y aunque hoy subdividida, es probable que antaño ocupara media manzana. Su esposa, de apellido Modarelli, también tenía propiedades en Toay, hasta que las expropió el 13 de Caballería para pastaje de sus caballos.
Mientras el tifus cobraba su primera víctima en la quinta de Arregui, el doctor Molas mandaba a aislar los enfermos de los que se mantenían sin contagio. Su volanta hizo cien veces el camino, llevando desinfectantes y los pocos remedios que para entonces tenía la ciencia. Su tenacidad triunfó, los enfermos sanaron, no hubo nuevas víctimas y la preocupación desapareció.
Más tarde, se radicó también el doctor Moneo y posteriormente el doctor Segundo Taladriz, pioneros de la ciencia médica en Toay.-














 

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