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Toay- Septiembre -2007

Botas peludas por "Buby" García Córdoba

 

Quizás pocos sepan que se llamaba Salvador Gil. Pero pocos deben ignorar de quién se trata, cuando se nombra a "Botas Peludas".
Su vida está rodeada de un halo casi misterioso. Su personalidad, sumado a la facilidad con que la fantasía popular alimenta, transforma o deforma las cosas, ha contribuido a esta circunstancia.
El testimonio de personas que conocieron a Gil y tuvieron trato directo con él, nos ha de permitir recrear aspectos de la vida de este hombre, que merece sin duda ser incluido en una suerte de "galería" de personajes toayenses.
En sus años mozos, supo arrear tropas desde la Patagonia. Tal vez de tanto soportar esas soledades y los rigores del clima de esa zona, se fue formando su carácter silencioso y poco comunicativo.
Indudablemente fue "hombre de a caballo" hasta su muerte.
Se ganó el "mote" con que fuera conocido, por su hábito de usar botas de potro, pero "con el pelo del lado de afuera". Utilizaba para ello, el cuero equino de la parte "de las manos". Por tal razón - la de usar el pelo del lado de afuera -, fue "Botas Peludas", como comenzó a llamarlo un patrón que tuvo por los pagos de Catriló.
Resabio tal vez de los fríos patagónicos, andaba siempre arropado, aun en pleno verano. "Lo que ataja el frío, también ataja el calor", respondía cuando se le preguntaba porqué el saco y porqué el poncho sobre los hombros en el estío.
No fumaba, pero "chicaba" tabaco permanentemente; tampoco era hombre de andar en los boliches "chupando", bebía con sobriedad; y era común que fuera visto de noche, siempre montando en su caballo.
De mediana estatura, tenía la piel curtida por los vientos, soles y heladas, tornándola de un cobrizo subido. Su cabello - abundante -, era de color renegrido.
La vestimenta se componía de bombachas, que ajustaba con tiras a la altura de las rodillas, pañuelo al cuello, sombrero negro sobre su cabeza, faja y rastra.
A su vicio de "chicar" tabaco, sumaba el de beber mate amargo en todos los momentos que tuviera oportunidad.
Debe haber hecho unos pesos en sus trabajos de resero, que permitieron que adquiriera un campo en la zona de Colonia Roca, a pocas leguas de Toay. Instalado allí, venía cada uno o dos meses al pueblo a visitar a su familia, en la casa que poseía sobre calle Mitre, a media cuadra de la hoy avenida 13 de Caballería.
Realizaba el viaje a caballo, con otro de tiro, el cual servía de carga al regreso, transportando las mercaderías adquiridas en el poblado.
En Toay, su visita obligada era a don Mariano Diez, del cual resultaba "compadre", y a quien dispensaba la más absoluta confianza. Allí sí aparecía conversador.
Teniendo mujer e hijos, no estaba casado. Fue entonces que, llevado del consejo de su compadre Diez, accedió a legalizar su situación. Don Mariano recurrió a un cuñado suyo, al azar Juez de Paz en Toay, y en la cocina de su casa se celebró la ceremonia.
La rastra de Gil era de las denominadas "de tiradores", pues en su parte interior contaba con un trozo de cuero que, doblado, hacía las veces de billetera. Allí guardaba sus documentos y dinero.
Usaba cuchillo a la cintura, y parece que en el recado de su cabalgadura portaba siempre un arma de fuego, presumiblemente un revólver.
Muy criollo, jinete y enlazador, en el campo poseía una vivienda bastante precaria. En este lugar, generalmente estaba solo o acompañado por alguno de sus hijos varones.
Explotaba el monte, vigilando con atención el trabajo de hacheros y la carga de lana por parte de los contratistas. Solía aparecerse imprevistamente, de a caballo, entre los caldenes, con mirada atenta a todos los movimientos del personal que trabajaba, y en muy contadas oportunidades desmontaba. Comúnmente, conversaba desde la montura.
Se desconoce que jamás haya tenido problemas con vecinos ni con hacheros o contratistas, siendo muy derecho en sus actividades y tratos comerciales. Aunque nunca habló del tema ni tampoco se sabe cuál pudo haber sido la causa, en algún momento de su vida habría estado encarcelado un tiempo. Ello se desprende de comentarios que hiciera su esposa, que decía que don Salvador había estado en la estancia "La Blanqueada", denominación que por las primeras décadas del siglo se utilizaba para mencionar a la cárcel. De todas maneras, y aún cuando resultara verdad el comentario, "Botas Peludas" aparece como hombre de pocas pero buenas palabras, curtido, muy criollo y leal a sus escasos amigos.
Tras la muerte de Gil se vendieron sus propiedades y hacienda. Entre las reses - en su mayoría- se encontraban vacunos viejos que superaban los diez años de vida. Tal vez en esta circunstancia se encuentre la explicación y la coherencia con que vivió, y que se sintetiza en su propio dicho: "¿… si vendo las vacas, para qué quiero el campo?".-

Semblanza trazada gracias a los testimonios brindados por Domingo Carricaburu y Mariano A. Diez hijo.


















 

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