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Toay- Octubre -2007

Collage Por Rodrigo Fernández

 

El monte de combustible

La segunda guerra mundial suprimió la ración de carbón mineral que alimentaba las calderas de los ferrocarriles y el combustible sustituto fueron los caldenes de La Pampa. Un nuevo desastre ecológico se puso en marcha con la tala frenética y desenfrenada de los montes. En la zona de Toay el cataclismo era visible a diario en la forma de enormes pilas de leña listas para ser cargadas en los vagones de transporte, en la estación del Ferrocarril Oeste.
Las "hachadas" avanzaron por los montes vírgenes, dejando leguas de tierra arrasada a dinamita y hacha. El saldo fue una nueva escalada de sequía en un territorio que había perdido el equilibrio vegetal para sus ciclos naturales. Volvieron los ventarrones a levantar la tierra removida, opacando el cielo con las nubes de polvo en suspensión.
Para unos pocos el desmonte significó una oleada de prosperidad, pero para mucha gente fue la reedición, aunque en menor escala, de viejas desdichas conocidas. El trabajo en los obrajes, una tarea tradicionalmente muy dura, tenía algunas aristas oscuras. La gran concentración de obreros golondrina y su condición trashumante, dejaba traslucir un sistema de trabajo con un alto grado de desamparo social. Una postal muy poco grata, por cierto. La magnitud del daño ambiental, podría calibrarse observando las nuevas fronteras de la zona boscosa en un mapa fitogeográfico comparativo y la recuperación del suelo como factor de producción insumió años de esfuerzos en el agro pampeano.
Pienso que cortar un árbol, especialmente el La Pampa, es un acto de ignorancia y desprecio al prójimo futuro, ya que la sociedad que nos suceda ha de ser la mayor perjudicada por nuestras actitudes irresponsables.
Un dolor interior me escribe un párrafo ineludible, dedicado a la tala de eucaliptus en Toay. Vimos crecer a cientos de estos ejemplares en los espacios centrales de las avenidas y tuvimos el orgullo de plantarlos en el patio de la Escuela Nº 5, cuando allí el Día del Árbol era motivo de un festejo especial.
Años después, el azar de un viaje me regresó al mismo patio y el infortunio mostró aquel día los despojos de una tala reciente, esparcidos por el lugar.
Ante el cuadro desolador alguien trató de parlotear sobre lo injustificable, pero la nostalgia del niño plantador de eucaliptus eligió el silencio, por aquello de que "la palabra impide que el silencio hable...". El mismo silencio sigue vigente.-















 

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