El monte de combustible
La segunda guerra mundial suprimió
la ración de carbón mineral que alimentaba
las calderas de los ferrocarriles y el combustible
sustituto fueron los caldenes de La Pampa. Un nuevo
desastre ecológico se puso en marcha con la
tala frenética y desenfrenada de los montes.
En la zona de Toay el cataclismo era visible a diario
en la forma de enormes pilas de leña listas
para ser cargadas en los vagones de transporte, en
la estación del Ferrocarril Oeste.
Las "hachadas" avanzaron por los montes
vírgenes, dejando leguas de tierra arrasada
a dinamita y hacha. El saldo fue una nueva escalada
de sequía en un territorio que había
perdido el equilibrio vegetal para sus ciclos naturales.
Volvieron los ventarrones a levantar la tierra removida,
opacando el cielo con las nubes de polvo en suspensión.
Para unos pocos el desmonte significó una oleada
de prosperidad, pero para mucha gente fue la reedición,
aunque en menor escala, de viejas desdichas conocidas.
El trabajo en los obrajes, una tarea tradicionalmente
muy dura, tenía algunas aristas oscuras. La
gran concentración de obreros golondrina y
su condición trashumante, dejaba traslucir
un sistema de trabajo con un alto grado de desamparo
social. Una postal muy poco grata, por cierto. La
magnitud del daño ambiental, podría
calibrarse observando las nuevas fronteras de la zona
boscosa en un mapa fitogeográfico comparativo
y la recuperación del suelo como factor de
producción insumió años de esfuerzos
en el agro pampeano.
Pienso que cortar un árbol, especialmente el
La Pampa, es un acto de ignorancia y desprecio al
prójimo futuro, ya que la sociedad que nos
suceda ha de ser la mayor perjudicada por nuestras
actitudes irresponsables.
Un dolor interior me escribe un párrafo ineludible,
dedicado a la tala de eucaliptus en Toay. Vimos crecer
a cientos de estos ejemplares en los espacios centrales
de las avenidas y tuvimos el orgullo de plantarlos
en el patio de la Escuela Nº 5, cuando allí
el Día del Árbol era motivo de un festejo
especial.
Años después, el azar de un viaje me
regresó al mismo patio y el infortunio mostró
aquel día los despojos de una tala reciente,
esparcidos por el lugar.
Ante el cuadro desolador alguien trató de parlotear
sobre lo injustificable, pero la nostalgia del niño
plantador de eucaliptus eligió el silencio,
por aquello de que "la palabra impide que el
silencio hable...". El mismo silencio sigue vigente.-