Salí caminando despacito, mirando
nada más que las baldosas, jugando
a pisar la rayita que las juntaba; pasé por
donde estaba la gente, y cuando llegué a la
esquina de la cuadra salí corriendo. La fiesta
que tanto había esperado ya no me importaba,
ni la banda del cuartel que vino ese día quise
escuchar, ni las maestras que me besaban y felicitaban,
ni la gente que aplaudía, ni el premio que
me tenían que dar, ni las fotos…, y hasta
la poesía que recité cerca del mástil
me había olvidado; solo quería llegar
al ranchito que es-taba al final del bulevar.
-¡Tenemos una fiesta muy importante!- había
dicho la maestra. -Va a venir el gobernador, el ministro
de Educación, el jefe del Ejército,
van a desfilar los soldados, va a haber suelta de
palomas y globos, se inaugurarán los mástiles
frente a la iglesia y el pueblo se vestirá
de fiesta. No quiero que me falte ninguno. La señora
Directora me dijo que elija un alumno para recitar
una poesía.- Estaba tan contenta la maestra
que caminaba y sus zapatos de tacón hacían
sonar el piso de madera…, se sacaba los anteojos
y se los volvía a poner.
-Mi corazón me dice que sos vos quien recitará
la poesía, Coty- me dijo, mientras yo miraba
por la ventana a dos palomas que se hacían
mimitos. -¡Sí Coty, vos vas a recitar!-
repitió. ¿Yo? ¡La maestra estaba
loca!
Le mostré a mi mamá la poesía,
yo no la entendía mucho, era muy larga, me
iba a olvidar. La aprendió primero ella de
memoria; decía que para contar primero había
que sentir. Todas las noches la ensayábamos
un poquito cuando llegaba de trabajar. Me compró
un par de medias bien blancas y cinta. Ese día
me quería hacer trencitas, me planchó
el guardapolvo como siempre pero mejor, con una azucarerita
de aluminio que ponía sobre el calentador y
que agarraba con un trapo.
-No te apures para hablar- me decía, mientras
me enseñaba a recitar. -Hacé de cuenta
que estás solita conmigo, y cuan-do digas sol,
buscá el sol, miralo, que te encandile, que
toda la gente pueda sentirlo; cuando digas cielo,
hacé un ademán bien grande, porque el
cielo es la frazada de la tierra, una sola que cubre
a todas las personas, no importa cómo sean;
cuando digas patria, apretá fuerte los pies
contra la tierra, como si tuvieras raíces y
estás contenta de tenerlas; cuando digas esperanza,
mirá a los ojos a la gente y son-reí;
y cuando digas amor, tocate el pecho, dejá
que las lágrimas te caigan y que se escuche
el silencio, soltá toda tu ternura y un beso
al final.-
Ese día todos me aplaudieron y felicitaron.
El ministro me dio un beso, preguntó mi nombre
y una de las directoras se lo dijo, y agregó:
-la verdad es que la poesía la dijo muy bien,
¡pobre criatura, qué futuro le espera!
Es hija de una pelandusca que vive en un ranchito
de por allá, al final del bulevar.-