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Toay- Noviembre -2007

El ranchito del bulevar Por Coty Ramírez

 

Salí caminando despacito, mirando nada más que las baldosas, jugando
a pisar la rayita que las juntaba; pasé por donde estaba la gente, y cuando llegué a la esquina de la cuadra salí corriendo. La fiesta que tanto había esperado ya no me importaba, ni la banda del cuartel que vino ese día quise escuchar, ni las maestras que me besaban y felicitaban, ni la gente que aplaudía, ni el premio que me tenían que dar, ni las fotos…, y hasta la poesía que recité cerca del mástil me había olvidado; solo quería llegar al ranchito que es-taba al final del bulevar.
-¡Tenemos una fiesta muy importante!- había dicho la maestra. -Va a venir el gobernador, el ministro de Educación, el jefe del Ejército, van a desfilar los soldados, va a haber suelta de palomas y globos, se inaugurarán los mástiles frente a la iglesia y el pueblo se vestirá de fiesta. No quiero que me falte ninguno. La señora Directora me dijo que elija un alumno para recitar una poesía.- Estaba tan contenta la maestra que caminaba y sus zapatos de tacón hacían sonar el piso de madera…, se sacaba los anteojos y se los volvía a poner.
-Mi corazón me dice que sos vos quien recitará la poesía, Coty- me dijo, mientras yo miraba por la ventana a dos palomas que se hacían mimitos. -¡Sí Coty, vos vas a recitar!- repitió. ¿Yo? ¡La maestra estaba loca!
Le mostré a mi mamá la poesía, yo no la entendía mucho, era muy larga, me iba a olvidar. La aprendió primero ella de memoria; decía que para contar primero había que sentir. Todas las noches la ensayábamos un poquito cuando llegaba de trabajar. Me compró un par de medias bien blancas y cinta. Ese día me quería hacer trencitas, me planchó el guardapolvo como siempre pero mejor, con una azucarerita de aluminio que ponía sobre el calentador y que agarraba con un trapo.
-No te apures para hablar- me decía, mientras me enseñaba a recitar. -Hacé de cuenta que estás solita conmigo, y cuan-do digas sol, buscá el sol, miralo, que te encandile, que toda la gente pueda sentirlo; cuando digas cielo, hacé un ademán bien grande, porque el cielo es la frazada de la tierra, una sola que cubre a todas las personas, no importa cómo sean; cuando digas patria, apretá fuerte los pies contra la tierra, como si tuvieras raíces y estás contenta de tenerlas; cuando digas esperanza, mirá a los ojos a la gente y son-reí; y cuando digas amor, tocate el pecho, dejá que las lágrimas te caigan y que se escuche el silencio, soltá toda tu ternura y un beso al final.-
Ese día todos me aplaudieron y felicitaron. El ministro me dio un beso, preguntó mi nombre y una de las directoras se lo dijo, y agregó: -la verdad es que la poesía la dijo muy bien, ¡pobre criatura, qué futuro le espera! Es hija de una pelandusca que vive en un ranchito de por allá, al final del bulevar.-













 

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