En un rincón de paredes caldeadas;
impregnados nuestros sentidos por los aromas, sonidos
y colores del inmenso jardín en flor; don Pedro
nos cuenta de sus años mozos…; cuando
llegó a Toay con las ilusiones de un nuevo
comienzo; en aquella realidad distante, tan sólo
diferente; en aquel pueblo puro médano y renoval...
- Yo era de Luan Toro, pero en el
año 29 ó 30 más o menos, nos
trasladamos con mi familia a la zona de Carro Quemado,
a un campo de por acá que se llama "Lote
7". En el 35, con 16 años, vine por primera
vez a Toay.
Siempre había que venir al pueblo por diferentes
circunstancias. ¡Los viejos arrieros se venían
"a pata" con la hacienda!; de allá
donde nosotros estábamos se tardaba seis días
para llegar con los animales hasta el viejo embarcadero
de la estación, del que todavía algunas
muestras quedan, aunque cada vez menos.
Por el 49 me vine para Toay definitivamente. En el
51 compré este rancho a una francesa de apellido
Besoin… ¡y acá estoy! Antes había
tenido una chacra, pero fue mal la cosa. Después
trabajé con unos vascos que tenían hachada
en Chapalcó: era ayudante de camionero, transportábamos
leña y cargábamos los vagones en la
estación.
También estuve casi diez años como empleado
municipal. Yo cuidaba de los rosales que tanta fama
le han dado al pueblo. Se plantaron durante la intendencia
de Horacio del Campo, socio de la Casa Nueva frente
a la plaza. Ese sí que era un hombre activo;
simple, madrugador, inteligente; un hombre totalmente
bueno que se interesaba por el pueblo y la gente…
que andaba las calles y era un vecino más.
¿Viste vos?, una excelente persona.
En aquel tiempo el pueblo era otro, en todo sentido.
Era muy chico: la plaza, la escuela, la iglesia, la
municipalidad y se terminaba todo; más allá
el caserío que había por la 9 de Julio;
y para este lado, por el bulevar, unas pocas casas
nomás; después nada más que renoval,
médano, y algún rancho con techo de
jarilla. Mi vecino de aquí al lado, un tal
Romero, todos los días se traía una
carretilla con la leña que buscaba acá
nomás.
La gente también era diferente, era una vida
más familiar que la que llevamos ahora. Las
personas eran más "dadas", todos
nos conocíamos. ¡Ojo que tampoco era
todo lindo!, pasaban cosas…, como ser un robo
y hasta algún homicidio, pero aunque existía
cierta inseguridad se llevaba una vida muy tranquila.
Lo que pasa hoy es diferente, mucho más grave,
y la tranquilidad de la gente se ha ido perdiendo.
¿Qué es lo que pasa? ¿Cómo
que no podemos vivir tranquilos entre nosotros, acá
en el pueblo?
También había pobreza, mucha gente no
tenía trabajo, sobre todo los inmigrantes;
muchas personas no tenían nada de nada, andaban
como quien dice, de linyeras. Claro que muchos se
venían con unos pesos, y varios de esos anduvieron
muy bien porque el pueblo ofrecía posibilidades.
Era gente capitalista que incrementó su capital
aquí en Toay y en la zona, italianos y españoles
sobre todo. ¡Existían sendos capitales
en el campo!, gente que tenía cuatro o cinco
mil ovejas, o la Colonia Quintas por ejemplo, donde
llegó a haber 25.000 ovejas.
También había una buena parte de la
población que se dedicaba a la tierra, cada
familia tenía su buen lote y lo explotaba;
en los alrededores había muchas chacras: se
sembraban hortalizas, frutales, se criaban animales;
también se trabajaba mucho en el monte, con
la leña.
Siempre hubo diferencias sociales en Toay, pero antes
había más familiaridad, la gente se
juntaba y se reunía más. Se apreciaba
al vecino y las personas eran más amistosas.
Cualquier excusa era buena para reunirse.
En la esquina frente a lo de Cabot (Roque S. Peña
y Urquiza) había un hotel, y ahí paraba
toda la gente que venía del campo.
Los chicos se juntaban en las esquinas para quemar
cardos los días de San Juan y San Pedro…
¡andá a cambiarle a un chico de ahora
el televisor por una fogata en la esquina!, pero los
adultos son los que se equivocan, porque a qué
chico no le va a gustar una buena fogata. Antes, con
mucho menos se era feliz, pero parece que ahora la
felicidad depende de otras cosas… ¡Todo
es irreal!
Antes del 50, cuando todavía no éramos
provincia, no existían impuestos nacionales:
vendías una vaca en 8 pesos, o en 5 si era
vieja, y te echabas la plata al bolsillo, ¡todo
así nomás!, con 30 centavos se compraba
un kilo de carne, y aunque había pobreza, la
gente tenía más acceso a las cosas;
ahora, si bien la plata es otra y todo es diferente,
las cosas se encarecieron demasiado. Hoy todo está
supuestamente mejor organizado y resulta que la plata
no alcanza para nada.
Algún rumbo debe tener todo esto… Creo
que el panorama no es muy bueno, podríamos
verlo como un derrumbe lento pero constante, ¡porque
nadie piensa en lo que pasa! Hay mucha indiferencia,
y cada vez estamos más distanciados entre nosotros…
¡si hasta el saludo se ha perdido!, ¿entonces?
si no nos saludamos entre nosotros, ¿para dónde
estamos yendo?
La mejor escuela es la que uno mismo, pensando, se
hecha encima; y en la sociedad pasa lo mismo; tenemos
que tener presentes nuestros errores para evitar repetirlos.
Está claro que las cosas cambian, ¡deben
cambiar!, pero hay que ver cómo es ese cambio:
si es bueno o si es malo. Hay algo fundamental que
cada vez tenemos menos en cuenta en el pueblo: el
respeto; porque más allá de cómo
piense cada uno de nosotros, nunca tenemos que dejar
de respetar-nos. Estamos en un error grande…
¡muy grande! ¡No me lo explico todavía!,
aunque habría que tocar demasiadas teclas para
llegar a entender qué nos está pasando.-
Gracias don Pedro...