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Toay- Noviembre -2007

Comentarios de Pedro Gómez Por Juan López

 

En un rincón de paredes caldeadas; impregnados nuestros sentidos por los aromas, sonidos y colores del inmenso jardín en flor; don Pedro nos cuenta de sus años mozos…; cuando llegó a Toay con las ilusiones de un nuevo comienzo; en aquella realidad distante, tan sólo diferente; en aquel pueblo puro médano y renoval...

- Yo era de Luan Toro, pero en el año 29 ó 30 más o menos, nos trasladamos con mi familia a la zona de Carro Quemado, a un campo de por acá que se llama "Lote 7". En el 35, con 16 años, vine por primera vez a Toay.
Siempre había que venir al pueblo por diferentes circunstancias. ¡Los viejos arrieros se venían "a pata" con la hacienda!; de allá donde nosotros estábamos se tardaba seis días para llegar con los animales hasta el viejo embarcadero de la estación, del que todavía algunas muestras quedan, aunque cada vez menos.
Por el 49 me vine para Toay definitivamente. En el 51 compré este rancho a una francesa de apellido Besoin… ¡y acá estoy! Antes había tenido una chacra, pero fue mal la cosa. Después trabajé con unos vascos que tenían hachada en Chapalcó: era ayudante de camionero, transportábamos leña y cargábamos los vagones en la estación.
También estuve casi diez años como empleado municipal. Yo cuidaba de los rosales que tanta fama le han dado al pueblo. Se plantaron durante la intendencia de Horacio del Campo, socio de la Casa Nueva frente a la plaza. Ese sí que era un hombre activo; simple, madrugador, inteligente; un hombre totalmente bueno que se interesaba por el pueblo y la gente… que andaba las calles y era un vecino más. ¿Viste vos?, una excelente persona.



En aquel tiempo el pueblo era otro, en todo sentido. Era muy chico: la plaza, la escuela, la iglesia, la municipalidad y se terminaba todo; más allá el caserío que había por la 9 de Julio; y para este lado, por el bulevar, unas pocas casas nomás; después nada más que renoval, médano, y algún rancho con techo de jarilla. Mi vecino de aquí al lado, un tal Romero, todos los días se traía una carretilla con la leña que buscaba acá nomás.
La gente también era diferente, era una vida más familiar que la que llevamos ahora. Las personas eran más "dadas", todos nos conocíamos. ¡Ojo que tampoco era todo lindo!, pasaban cosas…, como ser un robo y hasta algún homicidio, pero aunque existía cierta inseguridad se llevaba una vida muy tranquila.
Lo que pasa hoy es diferente, mucho más grave, y la tranquilidad de la gente se ha ido perdiendo. ¿Qué es lo que pasa? ¿Cómo que no podemos vivir tranquilos entre nosotros, acá en el pueblo?
También había pobreza, mucha gente no tenía trabajo, sobre todo los inmigrantes; muchas personas no tenían nada de nada, andaban como quien dice, de linyeras. Claro que muchos se venían con unos pesos, y varios de esos anduvieron muy bien porque el pueblo ofrecía posibilidades. Era gente capitalista que incrementó su capital aquí en Toay y en la zona, italianos y españoles sobre todo. ¡Existían sendos capitales en el campo!, gente que tenía cuatro o cinco mil ovejas, o la Colonia Quintas por ejemplo, donde llegó a haber 25.000 ovejas.
También había una buena parte de la población que se dedicaba a la tierra, cada familia tenía su buen lote y lo explotaba; en los alrededores había muchas chacras: se sembraban hortalizas, frutales, se criaban animales; también se trabajaba mucho en el monte, con la leña.
Siempre hubo diferencias sociales en Toay, pero antes había más familiaridad, la gente se juntaba y se reunía más. Se apreciaba al vecino y las personas eran más amistosas. Cualquier excusa era buena para reunirse.
En la esquina frente a lo de Cabot (Roque S. Peña y Urquiza) había un hotel, y ahí paraba toda la gente que venía del campo.
Los chicos se juntaban en las esquinas para quemar cardos los días de San Juan y San Pedro… ¡andá a cambiarle a un chico de ahora el televisor por una fogata en la esquina!, pero los adultos son los que se equivocan, porque a qué chico no le va a gustar una buena fogata. Antes, con mucho menos se era feliz, pero parece que ahora la felicidad depende de otras cosas… ¡Todo es irreal!
Antes del 50, cuando todavía no éramos provincia, no existían impuestos nacionales: vendías una vaca en 8 pesos, o en 5 si era vieja, y te echabas la plata al bolsillo, ¡todo así nomás!, con 30 centavos se compraba un kilo de carne, y aunque había pobreza, la gente tenía más acceso a las cosas; ahora, si bien la plata es otra y todo es diferente, las cosas se encarecieron demasiado. Hoy todo está supuestamente mejor organizado y resulta que la plata no alcanza para nada.
Algún rumbo debe tener todo esto… Creo que el panorama no es muy bueno, podríamos verlo como un derrumbe lento pero constante, ¡porque nadie piensa en lo que pasa! Hay mucha indiferencia, y cada vez estamos más distanciados entre nosotros… ¡si hasta el saludo se ha perdido!, ¿entonces? si no nos saludamos entre nosotros, ¿para dónde estamos yendo?
La mejor escuela es la que uno mismo, pensando, se hecha encima; y en la sociedad pasa lo mismo; tenemos que tener presentes nuestros errores para evitar repetirlos.
Está claro que las cosas cambian, ¡deben cambiar!, pero hay que ver cómo es ese cambio: si es bueno o si es malo. Hay algo fundamental que cada vez tenemos menos en cuenta en el pueblo: el respeto; porque más allá de cómo piense cada uno de nosotros, nunca tenemos que dejar de respetar-nos. Estamos en un error grande… ¡muy grande! ¡No me lo explico todavía!, aunque habría que tocar demasiadas teclas para llegar a entender qué nos está pasando.-


Gracias don Pedro...
























































 

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