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Toay- Mayo -2007

Hostilidad - Agresión Por: Gabriela Ramírez


La violencia se hace presente entre nosotros cada vez con más frecuencia.
Es un fenómeno complejo, un comportamiento incomprensible a simple vista. Y una cierta simplificación y generalización en la exposición de este tema me es prácticamente inevitable.
Cada uno de nosotros está irremediablemente limitado, y por lo tanto, condenado a extrapolar a partir de nuestra débil aprehensión de la realidad.
Una de las consecuencias de la violencia es el efecto bola de nieve; de repente nos vemos arrastrados -como la bola de nieve que se agranda a medida que rueda- por un movimiento en el que el odio y la hostilidad acaban por oponerse a toda buena voluntad.
Existe una teoría de orden psicológico que me parece de interés: se trata de la teoría frustración – agresión 1 o del chivo emisario. Cuando los hebreos se hallaban en dificultades como consecuencia de una enfermedad, una crisis económica, etc., entendían que ello era el resultado de que hubiesen pecado contra Dios. Era preciso ex-pulsar los pecados. Se tomaba un chivo y se le transferían místicamente los pecados del pueblo; luego se lo echaba de la ciudad y se lo apedreaba hasta darle muerte. De esta manera, los pecados del pueblo desaparecían junto con el animal.
Y he aquí que también nosotros -todos nosotros- tenemos pecados. Pesa en nuestra cuenta la sensación de haber sufrido fracasos o experimentado "desencantos" en la vida. Deseamos ciertas cosas, pero no logramos concretar todo lo que anhelamos; hay situaciones en las que se nos impide la realización de nuestras más caras aspiraciones. Esto es lo que se conoce con el nombre de frustración. Soñamos, por ejemplo, con ser ricos, célebres y dichosos... y somos pobres, desconocidos y desdichados. Esta frustración se traduce, naturalmente, en voluntad de agresión: queremos luchar contra los obstáculos que se nos oponen (y que a veces nos parecen imposibles de superar), pero evitamos confesarnos que la verdadera causa de los fracasos reside en nosotros mismos, autores de nuestra propia impotencia y nuestro propio destino. Es entonces, cuando buscamos fuera de nosotros un "chivo emisario" y le transferimos así nuestra propia hostilidad.
No hay, pienso, remedios ya preparados y de una eficacia más o menos automática para evitar la violencia que existe en nuestra sociedad. La suerte de las relaciones humanas depende del modo como actuemos en el día a día. En nuestras manos queda. Todos somos responsables de ella.-

1 - de R. Bastide. El prójimo y el extraño.
























 

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