La violencia se hace presente entre
nosotros cada vez con más frecuencia.
Es un fenómeno complejo, un comportamiento
incomprensible a simple vista. Y una cierta simplificación
y generalización en la exposición de
este tema me es prácticamente inevitable.
Cada uno de nosotros está irremediablemente
limitado, y por lo tanto, condenado a extrapolar a
partir de nuestra débil aprehensión
de la realidad.
Una de las consecuencias de la violencia es el efecto
bola de nieve; de repente nos vemos arrastrados -como
la bola de nieve que se agranda a medida que rueda-
por un movimiento en el que el odio y la hostilidad
acaban por oponerse a toda buena voluntad.
Existe una teoría de orden psicológico
que me parece de interés: se trata de la teoría
frustración – agresión 1 o del
chivo emisario. Cuando los hebreos se hallaban en
dificultades como consecuencia de una enfermedad,
una crisis económica, etc., entendían
que ello era el resultado de que hubiesen pecado contra
Dios. Era preciso ex-pulsar los pecados. Se tomaba
un chivo y se le transferían místicamente
los pecados del pueblo; luego se lo echaba de la ciudad
y se lo apedreaba hasta darle muerte. De esta manera,
los pecados del pueblo desaparecían junto con
el animal.
Y he aquí que también nosotros -todos
nosotros- tenemos pecados. Pesa en nuestra cuenta
la sensación de haber sufrido fracasos o experimentado
"desencantos" en la vida. Deseamos ciertas
cosas, pero no logramos concretar todo lo que anhelamos;
hay situaciones en las que se nos impide la realización
de nuestras más caras aspiraciones. Esto es
lo que se conoce con el nombre de frustración.
Soñamos, por ejemplo, con ser ricos, célebres
y dichosos... y somos pobres, desconocidos y desdichados.
Esta frustración se traduce, naturalmente,
en voluntad de agresión: queremos luchar contra
los obstáculos que se nos oponen (y que a veces
nos parecen imposibles de superar), pero evitamos
confesarnos que la verdadera causa de los fracasos
reside en nosotros mismos, autores de nuestra propia
impotencia y nuestro propio destino. Es entonces,
cuando buscamos fuera de nosotros un "chivo emisario"
y le transferimos así nuestra propia hostilidad.
No hay, pienso, remedios ya preparados y de una eficacia
más o menos automática para evitar la
violencia que existe en nuestra sociedad. La suerte
de las relaciones humanas depende del modo como actuemos
en el día a día. En nuestras manos queda.
Todos somos responsables de ella.-
1
- de R. Bastide. El prójimo y el extraño.