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Toay- Agosto -2007

Con sabor a nostalgia por "Buby" García Córdoba

 

La iglesia de Toay no contaba con sacerdote estable, sino que la asistencia espiritual de los creyentes y los oficios religiosos, corría por cuenta del "cura" que viajaba desde Santa Rosa. Hasta en esto, hemos tenido una suerte de dependencia de la vecina ciudad.
Por esos años -fines de la década del 40 y principios de la del 50-, eran muy nombrados los reverendos Parra y Ochoa, este último párroco de Santa Rosa. El padre Parra era de gruesa contextura, en tanto Ochoa se caracterizaba por ser de estatura más bien baja. Hay algunas anécdotas graciosas sobre ambos, y seguramente muchos recordarán el excelente estómago del Padre Parra. Algunos años después, el reverendo Otonello fue quien dirigiera la feligresía toayense. También se ocupaba de dar funciones de cine, provisto de una máquina proyectora de 16 mm.
En ocasiones aparecían sacerdotes misioneros. Permanecían un corto tiempo dando misas y charlas, recorriendo los barrios, celebrando matrimonios de la gente que no había consagrado su unión con la iglesia, organizando procesiones, bautizando, confesando y haciendo comulgar a los vecinos. En fin: avivando o despertando la fe de muchos. Estimo que -desde el punto de vista de la acción evangelizadora de la Iglesia-, estas misiones brindaban, o mejor dicho, alcanzaban un resultado positivo. Por otra parte, la gente del pueblo tenía una buena y natural predisposición hacia la presencia y la palabra de estos sacerdotes, circunstancia que facilitaba su tarea.
Además de las procesiones diurnas, solían llevarse a cabo otras en horas de la noche. Se iniciaban en la iglesia, y tras recorrer el perímetro de la plaza, finalizaban en su interior. Los fieles portaban velas encendidas, protegidas con un tipo de papel transparente para evitar que el viento las apagase. Durante su desarrollo, y en esto no han variado, se entonaban cánticos y plegarias de acuerdo a la intención que las motivara.

El festejo de algún cumpleaños era un acontecimiento muy esperado. Es que no teníamos otro tipo de reunión social para nuestra edad. Los invitados -cuando se celebraba-, no eran muchos; y en esto existía una suerte de reciprocidad entre las familias, así por ejemplo, nos encontrábamos con los Muñoz (Fuya, Carlos y Cachalo), hijos del doctor Muñoz, que era el único médico en el pueblo; con Chito Pedicino; con Elba y Eduardo Giúdice; con Zully y el Negro Lorenzo; con Pedrucho Tamborini y algunas de sus hermanas de nuestra edad; Fiso y Kelo Arteaga; Chucho Losada y su hermana Alicia; Yiyo Arroyat y tantos más que resultaría interminable enumerar. A veces a nuestros cumple-años, solían llegar tíos y primos de Santa Rosa, y por supuesto, estaban siempre los Maidana.
La celebración consistía en chocolate, alguna torta, caramelos y bollitos de panadería. Luego seguía la diversión -cada cual jugaba a aquello que prefiriera, formándose en distintos grupos-, y a hora prudente -siempre antes que anocheciera-, todo concluía. Se terminaba el permiso y se producía el regreso a casa.

En algunas oportunidades mi padre solía llevarnos en jeep cuando tenía algo que hacer por su función policial. Caso contrario, nos trepábamos al vehículo cuando estaba estacionado. "Conducíamos" entonces por toda clase de caminos, metiendo cambios en locas aventuras que duraban hasta que éramos descubiertos. En la noche, nos divertía encender las luces. Como ya a la altura de la casa de los abuelos, el alumbrado público no existía, ver la calle iluminada por los faros del jeep constituía un hecho inédito.
Durante unos tres años, mientras mi padre fue comisario en Toay, vivimos en la comisa-ría. Eran tiempos aún de la Policía de Territorios, pues La Pampa todavía no había sido provincializada. En el patio de la casa de familia de la dependencia, había un ombú de grueso tronco. No sé si es el único ejemplar que ha existido en Toay. Aún está en pie.
De este periodo -48 al 50- , poco recuerdo, pues yo era demasiado chico. Retengo imágenes del patio, de la distribución de las dependencias de la casa, de la propia comisaría…, y de alguna travesura. También de algunos miembros de la dotación policial. Carando, Tioni, Wals, Romero, Satragno, Giúdice, Escudero, "Quito" Corbalán, Monlezún, D`Anzo y Juan Callaqueo son algunos de los nombres que vienen a mi memoria.
La recorrida policial se efectuaba comúnmente a caballo y a veces, también a pie. En las noches silenciosas podía escucharse "el rondín", un silbido emitido por un silbato desde la comisaría y que el personal de guardia realizaba a horas previamente acordadas. El personal que se encontraba de recorrida debía contestar con otro silbato similar. Era un silbido agudo y lastimero. Si la respuesta no llegaba, significaba que "la partida" andaba en problemas; y se movilizaban los efectivos que se encontraban en el edificio, en apoyo de sus compañeros. El rondín era la versión antigua del walkie talkie (¿se escribirá así?), pero algo más romántico…, claro que ahora no podría usarse.
Se producían homicidios en forma frecuente. Las grandes hachadas o las peleas en los boliches, eran los ámbitos de estos delitos, provocados la mayor parte de las veces, por la ingerencia del alcohol. Mi padre contaba que, muy mal herido, un hombre estaba a punto de morir. Pidió, como última voluntad, que fuera provisto de una damajuana de vino. Tenía varias puñaladas en el cuerpo. El médico, ante el inevitable desenlace, autorizó que bebiera. A los pocos tragos murió, pero en su ley; gustando ese vino que tantas veces habría resultado su única compañía.-








 

 

 

 

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