Cada tanto, al levantarse por las mañanas,
Marcelo R., meticuloso y ordenado hasta la obsesión,
encontraba cosas fuera de lugar en su casa. A veces
era un detalle que ante otros ojos hubiera pasado
desapercibido, como un libro levemente inclinado en
uno de los estantes de la biblioteca, rompiendo la
perfecta línea horizontal que componen los
demás; o las llaves de la puerta de calle en
el modular del living, en vez de estar en la cerradura,
con las dos vueltas que comprobaba cada noche antes
de irse a dormir. Otras mañanas, en cambio,
el desorden era evidente: la ropa que había
dejado antes de acostarse prolijamente colgada en
la percha, aparecía tirada en el suelo; el
equipo de música aturdía hasta despertarlo
o la jarra de jugo amanecía fuera de la heladera
junto a dos o tres vasos sucios. Una vez había
llegado a hacer una denuncia policial al hallar todas
sus fotos de viajes desparramadas sobre los sillones.
El comisario le había prometido llevar la investigación
personalmente, aunque no se habían encontrado
huellas digitales de extraños ni otras pistas
que seguir.
A medida que estos misteriosos movimientos de objetos
se sucedían, Marcelo R. optó por llevar
en un cuaderno un riguroso registro que dio en titular:
Bitácora de Noche. Al cabo de un mes, pudo
comprobar que esos movimientos insólitos de
cosas no respondían a ningún patrón
deducible a simple vista. No se producían a
intervalos regulares, no se limitaban a de-terminados
objetos y podían suceder en cualquier ambiente
de la casa. Tampoco escuchaba ruidos raros ni se despertaba
sin saber por qué, como cuando hemos escuchado
entre sueños un ruido que al despertarnos ya
cesó.
Dadas sus características personales, esta
absoluta imposibilidad de predecir lo que iba a encontrar
al levantar-se, era lo que más sacaba de quicio
a Marcelo. Preocupado, empezó a comentar su
problema con los amigos. La primera en enterarse fue
María, quien siendo ella misma incapaz de mantener
el menor orden en ningún aspecto de la vida,
minimizó los hechos y trató de tranquilizarlo
diciéndole que "a veces uno se acuesta
cansado y al otro día no recuerda si dejó
cosas fuera de su lugar"; Oscar y Mónica,
en cambio, reaccionaron con asombro y le recomendaron
controlar dos veces cada puerta y cada ventana, no
sea cosa que alguien estuviera entrando mientras él
dormía; Ivanna y Carina se rieron de su drama
y lo trataron de "hinchapelotas del orden",
mientras que Hugo y Mariana se ofrecieron para ir
todas las mañanas a ayudarle a limpiar y a
ordenar la casa.
Por supuesto, ninguno lo ayudó a develar el
misterio y Marcelo R. no tuvo más remedio que
seguir con su Bitácora de Noche al tiempo que
redoblaba sus esfuerzos para mantener las cosas bajo
control. Sin embargo, pasaba el tiempo y cada tanto,
se repetían los desarreglos nocturnos.
Cierta mañana, al repetir la rutina de abrir
los ojos, apagar el despertador y mirar la hora, tuvo
una certeza: se descubrió sabiendo que encontraría
alguna cosa fuera de lugar. Recordó entonces
que otras mañanas había sentido lo mismo,
pero sin que pasara de ser una vaga sensación
de molestia, algo como un mal sueño cuyas imágenes
se desvanecen al despertar sin que puedan ser capturadas
por la conciencia. Casi con miedo salió de
la cama y empezó a recorrer la casa; esta vez,
todas las plantas de interior estaban sobre la mesa
del comedor y la tierra de las macetas había
sido removida; pequeños charquitos con algo
de barro habían trabajado sobre la madera hasta
dejarle marcas más claras que se veían
ya un poco hinchadas.
- ¡Esto ya es demasiado!, ¿qué
carajo está pasando acá? Si es una broma,
ya se pasaron de pesados... - trató de recordar
las caras de sus amigos cuando les contó el
problema, buscando un gesto que delatara al culpable.
Pero no los veía capaces de arruinarle los
muebles sólo para hacerle una joda.
- Y si no... - dejó la frase inconclusa, mientras
barajaba las posibilidades más atemorizantes
y desagradables.
Antes de ir a trabajar, encargó una alarma
de última generación, y le recomendó
siete veces al vendedor que se la instalaran ese mismo
día.
Tres plácidas noches pasó Marcelo R.
durmiendo protegido por Carlos De Fonteynes, con sus
siguientes amaneceres sin sobresaltos, en el cómodo
refugio de un hogar ordenado.
La cuarta noche, escuchó como llegándole
desde otro mundo el insistente so-nido de la alarma
y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para despertarse.
Cuando lo consiguió, todavía tardó
unos minutos más en comprender por qué
estaba abierta la puerta de la heladera y qué
hacía él, Marcelo R., meticuloso y ordenado
hasta la obsesión, parado frente a los azulejos
de la cocina pintando flores de dulce de leche con
los dedos.-