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Toay- Agosto -2007

Bitácora de Noche por María Lidia Romero



Cada tanto, al levantarse por las mañanas, Marcelo R., meticuloso y ordenado hasta la obsesión, encontraba cosas fuera de lugar en su casa. A veces era un detalle que ante otros ojos hubiera pasado desapercibido, como un libro levemente inclinado en uno de los estantes de la biblioteca, rompiendo la perfecta línea horizontal que componen los demás; o las llaves de la puerta de calle en el modular del living, en vez de estar en la cerradura, con las dos vueltas que comprobaba cada noche antes de irse a dormir. Otras mañanas, en cambio, el desorden era evidente: la ropa que había dejado antes de acostarse prolijamente colgada en la percha, aparecía tirada en el suelo; el equipo de música aturdía hasta despertarlo o la jarra de jugo amanecía fuera de la heladera junto a dos o tres vasos sucios. Una vez había llegado a hacer una denuncia policial al hallar todas sus fotos de viajes desparramadas sobre los sillones. El comisario le había prometido llevar la investigación personalmente, aunque no se habían encontrado huellas digitales de extraños ni otras pistas que seguir.
A medida que estos misteriosos movimientos de objetos se sucedían, Marcelo R. optó por llevar en un cuaderno un riguroso registro que dio en titular: Bitácora de Noche. Al cabo de un mes, pudo comprobar que esos movimientos insólitos de cosas no respondían a ningún patrón deducible a simple vista. No se producían a intervalos regulares, no se limitaban a de-terminados objetos y podían suceder en cualquier ambiente de la casa. Tampoco escuchaba ruidos raros ni se despertaba sin saber por qué, como cuando hemos escuchado entre sueños un ruido que al despertarnos ya cesó.
Dadas sus características personales, esta absoluta imposibilidad de predecir lo que iba a encontrar al levantar-se, era lo que más sacaba de quicio a Marcelo. Preocupado, empezó a comentar su problema con los amigos. La primera en enterarse fue María, quien siendo ella misma incapaz de mantener el menor orden en ningún aspecto de la vida, minimizó los hechos y trató de tranquilizarlo diciéndole que "a veces uno se acuesta cansado y al otro día no recuerda si dejó cosas fuera de su lugar"; Oscar y Mónica, en cambio, reaccionaron con asombro y le recomendaron controlar dos veces cada puerta y cada ventana, no sea cosa que alguien estuviera entrando mientras él dormía; Ivanna y Carina se rieron de su drama y lo trataron de "hinchapelotas del orden", mientras que Hugo y Mariana se ofrecieron para ir todas las mañanas a ayudarle a limpiar y a ordenar la casa.
Por supuesto, ninguno lo ayudó a develar el misterio y Marcelo R. no tuvo más remedio que seguir con su Bitácora de Noche al tiempo que redoblaba sus esfuerzos para mantener las cosas bajo control. Sin embargo, pasaba el tiempo y cada tanto, se repetían los desarreglos nocturnos.
Cierta mañana, al repetir la rutina de abrir los ojos, apagar el despertador y mirar la hora, tuvo una certeza: se descubrió sabiendo que encontraría alguna cosa fuera de lugar. Recordó entonces que otras mañanas había sentido lo mismo, pero sin que pasara de ser una vaga sensación de molestia, algo como un mal sueño cuyas imágenes se desvanecen al despertar sin que puedan ser capturadas por la conciencia. Casi con miedo salió de la cama y empezó a recorrer la casa; esta vez, todas las plantas de interior estaban sobre la mesa del comedor y la tierra de las macetas había sido removida; pequeños charquitos con algo de barro habían trabajado sobre la madera hasta dejarle marcas más claras que se veían ya un poco hinchadas.
- ¡Esto ya es demasiado!, ¿qué carajo está pasando acá? Si es una broma, ya se pasaron de pesados... - trató de recordar las caras de sus amigos cuando les contó el problema, buscando un gesto que delatara al culpable. Pero no los veía capaces de arruinarle los muebles sólo para hacerle una joda.
- Y si no... - dejó la frase inconclusa, mientras barajaba las posibilidades más atemorizantes y desagradables.
Antes de ir a trabajar, encargó una alarma de última generación, y le recomendó siete veces al vendedor que se la instalaran ese mismo día.
Tres plácidas noches pasó Marcelo R. durmiendo protegido por Carlos De Fonteynes, con sus siguientes amaneceres sin sobresaltos, en el cómodo refugio de un hogar ordenado.
La cuarta noche, escuchó como llegándole desde otro mundo el insistente so-nido de la alarma y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para despertarse. Cuando lo consiguió, todavía tardó unos minutos más en comprender por qué estaba abierta la puerta de la heladera y qué hacía él, Marcelo R., meticuloso y ordenado hasta la obsesión, parado frente a los azulejos de la cocina pintando flores de dulce de leche con los dedos.-






















 

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